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Opinión

Opinión | El bosque es la aventura; por Pilar Garcés

Trabajos realizados por Cort en el futuro parque de aventuras de Bellver. | MANU MIELNIEZUK

Me contaba una madre del cole que su hijo no quiere salir a pasear por el campo porque se aburre. Acostumbrado a los videojuegos, el rumor del viento al pasar entre las ramas de los árboles, los trinos cruzados de los pájaros, el horizonte ancho y el olor de las setas no le proporcionan los estímulos que sí dan las persecuciones de hombres armados hasta los dientes que disparan con músicas trepidantes. El ayuntamiento de Palma, gobernado por partidos que se dicen ecologistas, está bastante de acuerdo con el chico que prefiere la experiencia multisensorial de un mercenario animado que hace explotar cosas y personas, antes que el tránsito tranquilizador por un sendero entre pinos. Por eso ha convertido el rincón del bosque de Bellver que era un modesto espacio de juegos infantiles con su acceso histórico desde la calle Polvorí en un gran parque de aventuras, con tirolinas, veinte tipos de juegos y toda la parafernalia. Un lugar para la adrenalina. Duele ver las imágenes de maquinaria pesada aplastando el suelo de un santuario verde que lleva años perdiendo masa forestal a causa del crecimiento urbanístico y las plagas. Las voces de protesta por semejante actuación cara, 600.000 euros, desproporcionada, 3.052 metros e innecesaria van a ser desoídas por uno de los consistorios menos permeables a la participación ciudadana que recuerdo, y han merecido una respuesta condescendiente por parte del alcalde José Hila: «No les vamos a quitar el parque a los niños». No. Es mucho peor. Les estáis quitando el bosque.

El bosque es la aventura. No hace falta añadirle cuerdas, poleas, toboganes y explanadas para la merienda, ni tampoco más senderos para el aluvión de niños que hacen un paréntesis de la tablet, ni más aparcamiento para que los padres dejen el coche. Pobre Bellver, ahogado ahora por la obligación de cubrir las expectativas lúdicas cada vez más altas de la urbe a sus pies. El parque temático necesita su bosque de aventuras, la cultura de la superficialidad y la hiperactividad no tiene fin. Será digno de escucharse el ruido de la muchedumbre un domingo por la mañana en la fronda convertida en un vulgar centro comercial de la diversión infantil, mientras languidecen los lugares de encuentro en los barrios. El ayuntamiento que no se ha ido por los colegios a enseñar a los pequeños palmesanos la joya verde que guarda esta capital, que pueden y deben disfrutar como el espacio privilegiado que es, tira ahora la casa por la ventana para llenarlo de trastos y transformarlo en un chiquipark vegetal.

Dejemos que los niños se agachen para recoger una piña y luego la arrojen a dos metros. Dejemos que se adelanten en el camino y trepen por las piedras. Es divertido. A amar el bosque se aprende. Se lo digo a mis niños que lo saben todo del cambio climático, de la desertización, del plástico en los mares y de la contaminación, pero que todavía no miran la naturaleza como el misterio a su alcance que es, una caja de sorpresas llena de belleza y actividad. He leído con devoción El clamor de los bosques, de Richard Powers, un canto a la vida vegetal, a la importancia del bosque desde el inicio de la tiempos. Del ingente texto me quedo con la explicación de cómo los árboles se relacionan entre ellos, se comunican y se defienden de sus enemigos, un único ser del que depende el planeta. Forman alianzas, hablan. No quiero imaginarme lo que deben estar pensando los de Bellver de estos gestores que les están mostrando tan poco respeto.

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