Ustedes lo saben, esta maldita pandemia se lleva mucha gente directa o indirectamente. Un trastorno constante para toda la población. Puedes no haberte contagiado pero la destrucción de los hábitos y su rutina también nos puede matar. Josep Pla, sí, demasiadas veces citado pero compartido con nuestro amigo Armando, en una ocasión fue acorralado para que definiera a la muerte: “ La muerte es no poder trabajar” y lo sentenció un autor que lo hizo hasta el último momento. A nuestro querido Armando Ordinas las circunstancias extremas de esta pandemia le impidieron seguir con su vida: los recuerdos, esos pedazos de tiempo en forma de soldaditos de plomo o esos cajones llenos de vida y cosidos en los lomos. Este señor ha sido de los mejores vecinos y amigos que encontramos en el barrio judío de nuestra ciudad. Casi nos disputamos un mismo local y al final ganamos una amistad y un cliente cada uno. Servidor era cliente suyo y él uno de los más brillantes y divertidos clientes nuestros. Conservo como reliquia una extrañísima y curiosa edición de Gabriel Henri Blanc de su La Foret Varoise. Les Incendies ilustrada en todas y cada una de sus páginas. Un alucinante y desconcertante libro que una tarde decidimos rescatar entre el propietario de Paper i plom y servidor al mismo momento que descubrimos que habíamos coincidido cuarenta y tantos años atrás en la papelería de Oms donde todos íbamos a comprar ya fueran soldaditos de bolsa o, servidor, los fascículos; durante años, de El hombre y la tierra de Félix Rodríguez de la Fuente. Compartíamos Oms como cabecera de nuestro primer paisaje y descubrimos también juntos como el naturalista español desaparecido en Alaska y Reclús extrañamente coincidían por el título. Cuantas cosas no son lo que parecen. La lista de amistades que estos días se han visto consternadas por la injusta noticia es larga.

"Este señor ha sido de los mejores vecinos y amigos que encontramos en el barrio judío de nuestra ciudad"

Armando Ordinas, lo he visto, estuve allí, tenía la “consulta” abierta en su tienda y bajaban de pueblos o lo reencontraban, después de años, sus compañeros de cole en una especie de segunda oportunidad que nos ofrece la vida. Brillante, con un inquietante sentido común, culto y de vuelta de todo pero con un gran respeto por los demás dirigía sus tertulias como ese lobo de mar que apenas toca el timón porque ya hace años que ha decidido cambiar de rumbo y no someterse a los absurdos mapas que algunas veces nos traza la vida. Entre otros tantos tertulianos su amigo y cliente el editor Lleonard Muntaner, que ya cuenta con un catálogo de más de treinta años, asegura que “llegó tarde al libro antiguo pero muy pronto se hizo del gremio y afectado por “la negrita” empezaría a rescatar muchas bibliotecas que ya iban de camino a los contenedores”. El veterano editor asegura que “el patrimonio bibliográfico perdido es mucho y todavía sería más sin la sensibilidad de personas como él” Y así es. Desde el botón de rueda de Ciutat Vella, en Can Amunt, Tolo Serra del Bar Plata recuerda que “casi todo el mundo tenía el mismo pensamiento hacia Armando”. “Lo conocí en el bar, una amistad joven todavía, pero intensa, era un amante de los debates, también amante de la naturaleza y de los animales”. “Al verlo la primera vez ya sabías que era una buena persona”. Una persona excepcional que con su gesto enriquecía el carrer de l´Argenteria. Un auténtico homenot por el tamaño de su corazón. Nacido el 8 de octubre de 1961. Hijo de empresario, su padre tenía El pequeño Mundo y la fábrica de sifones y Orange Ordinas. Estudió en Montesión, le gustaba y era muy buen alumno. Sus veranos en s´Estalella o sa Colònia lo ayudaron a crecer. Hizo la carrera de derecho aunque él siempre se decantaba por la historia que era su gran pasión. Gran aficionado a la pesca y a la gastronomía más clásica. Hombre de placeres sencillos, rechazaba los lujos. Conocía los rincones de Mallorca de s´Hostal d´Algaida a los llonguets del Plata. Hizo la mili en Son Sant Joan y ejerció la abogacía hasta, más o menos, los cuarenta. Un estrés brutal sumado a una depresión le hicieron cambiar de dirección. Inactivo un tiempo fue renovando su ilusión y la volcó en su ya emblemático rincón de la Palma judía. Soldaditos de todo tipo, incluso con esvástica en el corazón del Call, esa combinación que se había producido en la misma calle y en otras circunstancias. Armando Ordinas era la bondad y la tolerancia en persona, no iba de complicaciones y siempre estaba de acuerdo con las decisiones tomadas entre pequeños tenderos, no quería líos. Su hijo Llorenç asegura que nada anhelaba más que encontrarse con él, con Joana y con Catina. Radical amante de los animales le solía soltar a menudo: “Llorenç, podries venir a veure´m, que ja fa una setmana que no veig sa cussa”.

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"Armando Ordinas era la bondad y la tolerancia en persona, no iba de complicaciones y siempre estaba de acuerdo con las decisiones tomadas entre pequeños tenderos, no quería líos"

Unos problemas de salud sumados a la dichosa pandemia y el desierto instalado en las calles, caída en picado de la venta, le impidieron seguir con su vida los últimos meses. Se ha ido, como tantas personas, con la pena de no poder ver más veces a su nieto Marc que vive en Alemania. Muchos amigos suyos y clientes hoy quedan huérfanos de su compañía, tertulia y consejos. La Ciudad aparentemente dormida observa bajo la niebla. Los nombres se repiten, las personas no. Los hombres volvemos a tropezar una y otra vez, los rayos de luz son intermitentes y escasos. El nombre, su nombre, Armando se repite y se va a recordar muchos años. Sí, este era el de Armando Ordinas y este Armando era el bueno, aquellas y aquellos que pintan canas saben muy bien a qué me refiero. Se ha partido en trozos el hechizo. Muchas gracias querido amigo. Siempre estarás presente en nuestra memoria.