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Pensar, compartir... | Afán de protagonismo

El edificio de la calle Marquès de la Sènia ha sido pintado por completo.

Hace muchos meses, un arquitecto amigo me confesó que había rechazado dirigir la rehabilitación de un edificio de categoría de los años 30, porque en el proyecto se preveía cubrir toda la fachada con dibujos de un artista reconocido. En su opinión, fuera anónimo o deslumbrante el creador de los grafismos, eso era negar la arquitectura. He leído numerosos escritos en periódicos de otras regiones, en los que algún colegio de arquitectos había expresado su alarma o su indignación ante hechos similares. Es famoso el caso del faro de Ajo en Cantabria, que el presidente Revilla, muy aficionado a llamar la atención, hizo pintar a un conocido artista urbano. El faro pasó de ser blanco, humilde y solitario a verse vestido de carnaval continuo y rodeado de mirones para regocijo de sus impulsores.

Sí, llamar la atención es una de las estrategias más conocidas para hacerse famoso y obtener las teóricas ventajas que ello supone, ya sea dinero, popularidad o peticiones de bis.

Ahora, en Palma, ha cobrado actualidad la polémica por las pinturas realizadas sobre un edificio singular de la calle Marqués de la Sènia. Es un inmueble recién rehabilitado cuyo autor fue Guillem Forteza, hombre valorado y admirado que evolucionó desde otros estilos al racionalismo en su última etapa profesional. Como muchísimas otras obras de arquitectos o maestros de obra, reconocidos o no, el citado inmueble no está incluido en el catálogo de edificios protegidos de la ciudad (más que un catálogo parece un colador) y en ello se ampararon sus propietarios para presentar una propuesta que rompía totalmente con la estética de los acabados originales pintando todos y cada uno de sus recovecos exteriores con llamativos dibujos. Se pretendía innovar, hacerse ver, destacar y supongo que poner color y sacar el arte a la calle, argumentos muy utilizados en los últimos tiempos.

No seré yo quien juzgue si la obra de un artista es buena o mala o tiene derecho a exponerse o no. Pero lo que sí me atrevo a decir es que cualquier intervención impactante en el espacio urbano tiene que tener un consenso previo. El paisaje que se conforma es nuestro paisaje y demasiados atropellos hemos sufrido ya con un urbanismo expansionista y desordenado y con muchas obras arquitectónicas de octava categoría, como para que ahora, cualquiera, pueda pintar con los dibujos que se le ocurra las fachadas de nuestras calles. Porque obviamente, después del primero vendrían muchos más, buenos y malos.

Independientemente de que un edificio esté o no catalogado, a mi criterio nadie tiene el derecho de transformar la ciudad clamando para sí tanto protagonismo. Y si alguna vez alguna fachada puede tener un acabado similar, habrá que haberlo hablado y meditado antes durante un tiempo y no imponerlo.

El caso que nos ocupa recibió el informe en contra de la Comisión de Centro Histórico (comisión técnica que vela por el patrimonio de la ciudad, tanto del núcleo antiguo como del resto de la misma) y pese a ello, se llevó a cabo la transformación. A la vista está el resultado. ¿Ganarán los hechos consumados o el cumplimiento de la norma? Ya veremos. Por ahora han caído sanciones y advertencias desde la Administración municipal, pero los recursos en contra están en marcha.

Sea como sea, quizás mejor no abrir la caja de los truenos para no añadir elementos perturbadores al paisaje urbano. Hay que elaborar normativa al respecto y hacerla cumplir, porque el afán de protagonismo es una obsesión y hasta ahora quien gobierna no ha sabido poner coto ni a las malditas tiras LED de colores y cegadoras, ni a los grandes vinilos, ni a las pantallas publicitarias, ni a las pintadas vandálicas. Todos esos impactos negativos sobre nuestras calles solo buscan atraer la atención hacia determinados negocios en perjuicio del resto y también, en algún caso, alimentar bravuconerías.

Mejoremos la ciudad con prevención y mimo. Es un buen propósito para el nuevo año que ya se ve.

Cuídense.

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