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Pensar, compartir... | Llenemos carritos para otros

El Banco de Alimentos lleva 20 años trabajando en Mallorca.

Cuando la vida te sonríe es un momento estupendo para pensar en quien no tiene esa fortuna. Habrá quien crea que resulta temerario en época tan complicada de virus, confinamiento y cierre de empresas, decir que, pese a todo, a mucha gente la vida le es plácida. Pero es así y frente a la fea costumbre de quejarse y lamentarse, reivindico el congratularse de la suerte personal, y en base a eso ver como podemos compartirla.

Lo digo porque leo en portada de nuestro periódico que la recogida de alimentos se desploma en un momento de demanda desbordada. Se me encogen las tripas. Que se hayan multiplicado las necesidades de ayuda económica para muchas familias, no nos sorprende. Quizás sí sorprenda que en momentos tan difíciles no surja mucha más ayuda espontánea de quienes en esta ciudad no tienen los bolsillos tan mermados, que haberlos, haylos.

El maldito virus ha impedido que el voluntariado nos interpele a las entradas de los establecimientos de alimentación para animarnos a colaborar. En los telediarios se decía que mejor hacer aportaciones económicas… Pero parece ser que en algo se ha fallado, ya sea en intendencia, en estrategia o en publicidad. Ya sabemos que por iniciativa propia, no mucha gente se mueve, o al menos no la suficiente, y que hay que tocar la fibra en el momento apropiado. En cualquier caso estoy segura de que estamos a tiempo de enmendarlo.

Les cuento mi experiencia. La semana pasada, en plena campaña de lo que antes se llamaba operación kilo, al pagar en el supermercado, le dije a la chica: «Cobra 20 € más para aportar a la campaña del Banco de Alimentos». Repito, había oído en los informativos que este año mejor hacer llegar la ayuda en efectivo y que en las cajas se recogería. Ella, muy amable, como no sabía de lo que le hablaba, me dijo que no estaba autorizada para ello, y que si quería pusiera en un carro que había en la entrada los productos que me pareciera. Lo miré y tenía unas bolsas de azúcar y arroz, y algunas latas. Así que volví a entrar y cogí aceite de oliva, galletas, botes de legumbres y de tomate, atún y cacao en polvo. Importe 26,40, perfecto. Pero el carro seguía medio vacío. Cuántos se llenaron, supongo que pocos. La clientela no se sentía llamada a ayudar pese a que estoy segura de que la mayoría estaría dispuesta. La gente quiere colaborar cuando sabe que su aportación es efectiva. ¿Sería posible repetir la jugada antes de fiestas y llamar por megafonía a la participación? Seguro que el resultado, en segunda ronda, sale mejor. Volvamos a llenar carritos para otros.

Mientras tanto, además de ayudar a desconocidos, podemos mirar a nuestro alrededor y echar una mano a quien lo necesita. Seguro que hay gente a la que podrán sacar de apuros, pese al primer momento de pundonor. Una clienta, ahora en ERTE, trabajadora del aeropuerto, me contó que al tomar café con una amiga, esta le dijo: llevo en la cartera dinero para ti, y no me digas que no lo quieres porque sé que lo necesitas. Eso es una amiga. Hay quien se sabe poner en el lugar del otro. Se llama solidaridad.

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