Muchos recuerdan sus noches de hipnosis. Otros rememoran las de magia. En los años 90, Palma descubrió allí el café teatro, los monólogos cómicos y las sesiones de blues, aunque también era el punto de encuentro de quienes querían pasar la velada en torno a un juego de mesa, tomando una de las 115 variedades de tés con dulces que tenían o cenando uno de sus afamados pambolis, crepes o ensaladas. En un discreto local de la calle Margalida Caimari, el Café Barroco fue pionero en combinar la restauración con el entretenimiento, pero lo que más añorarán sus numerosos clientes habituales es a sus propietarios, Martín Louro y Eva Durán, por su calidad humana, como no se han cansado de repetirles desde que anunciaron su marcha.

"28 años, un confinamiento y dos hijas dan que pensar". Inician de este modo la despedida en su página de Facebook, aunque no desean que el local cierre, por lo que buscan alguien que lo quiera y cuide como ellos. "El parón por la pandemia nos ha cambiado. Puede que haya sido una señal o así lo hemos interpretado. No es una decisión empresarial, sino una cuestión vital, querer probar una nueva etapa", como describe emocionado Martín. "Está siendo duro, porque el negocio era parte de nuestra vida y la clientela es como una gran familia, ya que así lo sentimos", confiesa.

"Hacer sueños la realidad" es la máxima de su hermano, Germán Rehermann, el hipnotizador que tantas noches de risas ha llevado al Barroco. Martín hizo realidad su sueño y abrió el café con tan solo 20 años. "Yo trabajaba en el mundo de la noche y, aunque se ganaba mucho dinero, nunca me atrajo, por lo que quise montar un negocio en el que me sintiese a gusto", tal como relata. Empezó ofreciendo pambolis y café teatro -tenía experiencia como mimo- "en una época en la que no existía ninguno. Al cabo de tres años ya había siete salas, pero la mayoría cerraron poco después".

Eva era clienta y, como había hecho teatro por los pueblos, se prestó a interpretar para el Café Barroco a una científica loca en una obra escrita por el novelista y dramaturgo Carlos Rehermann, un tío de Martín reconocido en Uruguay. Con el tiempo y el amor, se convirtió en la cara visible del establecimiento y muchos de sus clientes recuerdan los originales pendientes que solía lucir.

Los juegos de mesa también llegaron en los primeros tiempos y de forma casual. Para decorar el local, Martín se paseaba por los mercadillos en busca de objetos y un día conoció a un matemático alemán que había venido a la isla en los años 70 siendo hippy y que vendía juegos artesanales. "Le compré un Backgammon y ahí empezó todo. Acudía al bar para enseñar a la gente" y poco a poco la estantería se llenó de juegos.

La agenda semanal

El domingo era el día reservado para este entretenimiento, pese a que se podía jugar en cualquier otro momento. El café teatro abría el telón los viernes y sábados, y con los años la cita pasó al jueves debido al aumento de trabajo los fines de semana. Los miércoles había blues y "uno de los clientes montó después el Bluesville".

Con la crisis de 2008, los lunes llegaron los magos y los martes, la hipnosis, "para animar el local". "Como mi hermano hacía magia, traía a sus amigos y había días que teníamos a tres o cuatro haciendo trucos por las mesas", recuerda el dueño sobre la última etapa del negocio. Tal fue el éxito que los dos espectáculos estuvieron en la agenda casi una década. Con la hipnosis, el público disfrutó de jornadas inolvidables, porque era muy divertida. "El que mejor lo pasaba era el hipnotizado", dice Martín. Lo importante, añade, es "que estuviesen predispuestos, relajados y se dejasen llevar, para sentirse a gusto", como todos los que en algún momento de su vida pasaron por el Barroco.