Nos conocimos porque compartimos curso escolar 1982-83 como padres de nuestros dos hijos mayores, Luis y Juan. Asistíamos a alguna reunión, fiesta escolar y demás. Fueron aumentando los hijos, y siendo el Colegio Montesión de Palma en aquel momento exclusivamente masculino, allí coincidimos con nuestros tres hijos varones cada uno.

Pero fue en la década de los años 90 cuando él abrió su famosa notaría en el Born de Palma. Y allí que me fui yo, abogada ejerciente con despacho próximo, para todos mis asuntos jurídicos en los que era necesario un notario: poderes de representación, requerimientos, escrituras de compra-venta, testamentos, etc. Para todo lo necesario del día a día jurídico, allí estaba Luis dando un consejo, una ayuda siempre útil, en fin, y más importante, su leal saber y entender legal.

Y ¿qué diremos del equipo que supo escoger para su trabajo notarial? Pues que era inmejorable, siempre atendiendo solícitos y rápidos con una sonrisa encantadora en los labios, aunque la situación estuviera al límite. No tenían nunca un "no" como respuesta, sino que procuraban encontrar una solución siempre acertada, intencionadamente acertada a un problema legal que parecía irresoluble. Recuerdo a sus oficiales de notaría diciéndome: "Vamos a ver qué dice don Luis€" y él, siempre amable y servicial, nos atendía en cualquier momento del día en su despacho, que normalmente siempre mantenía con la puerta abierta.

Y así su notaría se convirtió en remedio seguro para dar solución a los problemas cotidianos que surgen en el ejercicio de la abogacía activa. Y nuestra colaboración se convirtió casi en una simbiosis, en la que los dos aportábamos nuestros conocimientos y experiencia (la suya mucho mejor, ya que me superaba en todo y era cinco años mayor que yo), para que nuestros clientes comunes se sintieran completamente satisfechos y tranquilos de la seguridad jurídica de nuestras resoluciones.

No tengo palabras suficientes para agradecer a mi amigo Luis toda la inmensa labor que hizo en pro de la justicia y de la fe pública, tal como compete a un buen notario. Pero me quedan palabras para resaltar su buen hacer como persona. Como he dicho antes, era amable y servicial, pero a ello tenemos que añadir su faceta de gran conversador mientras se deleitaba con unos cuantos cigarrillos. No tenía prisa casi nunca (al menos conmigo) y podía pasar horas hablando con él de temas variados humanísticos, culturales, filosóficos o religiosos.

Podría extenderme mucho más en alabanzas suyas, que tal vez no sean compartidas por todas las personas que lo conocieron. Aquí estoy dando mi visión de una persona pública a la que conocí muy de cerca y a la que quiero agradecer toda una vida dedicada a hacer el bien a la sociedad desde su notaría.

Descansa en paz querido Luis y allí desde el cielo verás que nuestros hijos son dignos continuadores del ejemplo que les diste con tu buen hacer personal y profesional.