Cuántas veces habremos oído "vive y deja vivir", pero que alguien me cuente por favor, si es posible en la realidad. De manera habitual compruebo como nuestras vidas chocan unas contra otras olvidando el respeto, perdiendo el sentido común al parecer, el menos común de los sentidos.

Si "los Derechos de una acaban dónde empiezan los Derechos de la otra persona'', en demasiadas ocasiones el ejercicio resulta confuso o hasta impracticable. Para ponernos en situación os cuento una historia.

Érase una vez un emprendedor tenaz que quiso abrir un bar, con mucha ilusión e inversión acondicionó el local y con el afán de un mejor porvenir y de recuperar lo gastado, quiso atraer a la clientela con música, con celebraciones y con la proyección de eventos deportivos, sin importar el horario, porque en un mundo global siempre hay un partido en marcha, lo importante era ganar clientela y prosperar.

Por supuesto la limpieza de su local era fundamental y para hacerla a fondo, tenía que mover sillas, mesas, barriles de cerveza y por último fregar los cacharros. Antes de bajar la barrera, tras una jornada de campeonato, todo quedaba listo para la siguiente jornada y el emprendedor se marchaba satisfecho pensando si había quedado a las siete o a las siete y media con el repartidor a la mañana siguiente.

Al mismo tiempo justo arriba de ese local una pareja joven acababa de tener a su bebé. No hacía mucho que se habían mudado, previa aventura hipotecaria, 20 años de riguroso sacrificio a jornadas de 10 horas que deberían conciliar a las necesidades de sueño de su bebé y suyas propias. En definitiva, los horarios y deberes de una vida más o menos normalizada.

Pero la realidad los ponía a prueba, con el bebé todo era diferente, la vida tenía otro sentido y lo que antes quizás no era para tanto ahora se hacía una montaña y para colmo lo que para uno era un proyecto emprendedor para ellos era una desesperación diaria, algo peor que el "hombre del saco": ¡El monstruo de los ruidos!

Ese monstruo había anidado en sus vidas. El edificio construido en los años en los que la insonorización era un palabro casi desconocido, no reunía ninguna de las condiciones que hoy hubieran permitido reducir ruidos o vibraciones, así que todos los ruidos, la música y los debates sobre le legitimidad del último gol que aparece en la pantalla del bar, se trasladaban a la vivienda de la joven familia de forma insoportable. Hoy con el gol del Messi les había vibrado hasta el suelo, y con cada golpe de silla y cada brindis, el bebé se había despertado sumándose a la celebración con su llanto, a pleno pulmón.

Los padres ojerosos, con el oído afinado por meses de insomnio con el único objetivo de atender a las necesidades de su tesoro, antes de que su bebé emitiera el primer llanto, ya se sobresaltaban con pequeños ruidos que siempre eran anticipo del jaleo, porque sabían lo que venía después.

Y hasta aquí la historia que está basada en hechos reales, aunque no acaba aquí.

Dejo a la imaginación de cada uno el desenlace, no sin ofrecer algunas pistas, fruto de la experiencia que recogemos en nuestros expedientes.

Tras esperar, a veces demasiado, a que la situación se resuelva "por inercia o arte de magia", los vecinos casi siempre intentan dialogar con el titular del bar para establecer las pautas de una convivencia pacífica, sugiriendo la insonorización del local, el respeto por los horarios de apertura, la instalación de limitadores de sonido para reducir las molestias de la música o que los partidos de futbol no sean el atractivo nocturno para los clientes.

Pero, aún cuando hay voluntad mutua, a veces no funciona o sí pero sólo por un tiempo. ¿Qué puede y debe hacer la administración en una situación como esta antes de que se opte por judicializar el problema?

La administración debería velar por la armonía de derechos y por la convivencia pacífica entre ciudadanía pero cuando hay un choque de derechos, el del emprendedor a ejercer su actividad acorde con la licencia y el derecho de los vecinos a conservar la intimidad de su domicilio (inviolabilidad del domicilio), al descanso y a vivir sin molestias, la situación no es nada fácil y se recomienda a la ciudadanía que denuncie los hechos.

Las opciones de reclamación son diversas: mediante una DMS (Demanda Municipal de Servicio), denuncia a la Policía Local o al Ayuntamiento en general desde dónde la reclamación se ha derivar a las áreas correspondientes con responsabilidad en la solución del problema.

Aunque la desesperación y la necesidad de una solución inmediata lleve a la ciudadanía a denunciar mediante una llamada, es conveniente que estas denuncias se formalicen en una queja escrita vía digital o mediante una instancia ordinaria en la que al denunciante dispondrá de una prueba de la gestión.

En segunda instancia, cuando no se ha dado una respuesta por parte de la administración o cuando las soluciones resultan ineficaces, el ayuntamiento de Palma ha provisto de una Oficina desde dónde se defienden los Derechos de la Ciudadanía desde el lado del ciudadano, antes de trasladar la cuestión a los juzgados.

Queda claro que "vivir y dejar vivir'' es un reto, la convivencia de los derechos de unos y de otros nos pone a prueba a diario, a veces con actos sencillos otras veces con esfuerzo. Sin embargo, considerando que el bienestar del vecino contribuye al bienestar de todos, valdría la pena conseguir que esta expresión dejase de ser un "grito de socorro" para convertirse en una invitación a la convivencia.

* Defensora de la Ciudadanía. Ayuntamiento de Palma