Jaime Cibrián se cala la txapela, la boina vasca, en el puesto Don Pere, en el mercado de Pere Garau. Hace dos meses que abrió en esta esquina soleada, la misma que durante más de cuatro décadas despachó Joan Garau, y luego su hijo Jaime, salazones, conservas y encurtidos. Él y sus dos socios, su mujer Caroline Wagner y Toni Pérez, le han dado la vuelta y de la operación de cirugía surge un puesto al que poco a poco se van acercando a pedirle "a este chico tan majo" aceitunas, arenques, bacalao.

También le demandan la patata frita Bonilla a la Vista, sobre todo en versión en bote, que este domingo aspira a Oscar gracias a que sale en la película Parásitos, que puede acabar llevándose la codiciada estatuilla como mejor película, o mejor filme extranjero y acabar relegando a Pedro Almódovar y su Dolor y gloria. No es el único lugar donde se encuentra en Palma, pero son muchos los que a través de la web de la empresa gallega que comercializa "las mejores patatas fritas de España", según los coreanos, se la piden a Jaime Cibrián, el último inquilino en llegar al mercado de Pere Garau.

Cuenta él la historia que es ovillo porque el vasco no se hizo con el puesto a la primera, sino que hubo que aguardar una segunda ocasión. Medió el tiempo y el azar. "Vengo del mundo de la hostelería. Trabajé de barman a los 17 años y después en restaurantes y hoteles, donde quise trabajar porque pensé que se respetaban más los convenios. Trabajaba en la cadena Fergus, en un hotel en Sóller, aunque ya me rondaba la idea de montar algo. Hacía además caterings y solía comprar en el Olivar y Santa Catalina hasta que una amiga me dijo, "ve a Pere Garau". ¡Aluciné! Por la gente, la mezcla de culturas, la cordialidad. ¡Es un crisol! Se convirtió en mi mercado". Volvamos al hilo de la historia. Prosigue su relato: "Conocí a Garau y me dijo que iba a dejar el local. Se lo vendió a otra chica, y esta a otra, y yo me olvidé. Me fui al hotel hasta que el 1 de julio del año pasado me lesioné y me despidieron porque no podían mantener a un jefe de baja. Fue un despido en buenas condiciones", afirma.

"Es una señal"

Es una señal"Un día fuimos al mercado y vimos el letrero de que se vendía. Le dije a mi mujer: "Es una señal". Tras una reforma importante, hace dos meses que se ha calado la boina, se ha vestido con la bata blanca de tendero y a cada uno que pasa le saluda con un "buenos días, ¿puedo ayudarle?" Alguno se para tras pasear la mirada por las aceitunas, el bacalao, la caja de arenques, las conservas que consigue de Francia y Portugal, por supuesto, también las del norte de España.

"Mi idea es que sea un pequeño ultramarinos que mantenga los precios de un mercado popular como Pere Garau. En él se despachan sardinas en lata, salsas Martínez, del afamado Miguel Martínez de Sóller, anchoas muy buenas y vinos que "no sobrepasan los 20 euros la botella más cara", indica.

"Aunque al mercado de Pere Garau le hace falta modernizarse en algunos aspectos, no me gustaría que perdiese su espíritu popular", expresa. El nombre de Don Pere -aunque aún no ha colgado el rótulo, "vamos poco a poco"- es un homenaje al ingeniero que da nombre al mercado. Se acerca una clienta, Cati Reus, una asidua de Pere Garau, "el mejor". Jaime sonríe. La invita a pasarse el sábado, el día que sirven banderillas.