Este 31 de diciembre no sólo acabó 2019. Para Pep Martí se clausuró buena parte de su vida. Cerró el asador de pollos de la calle Aníbal que durante 49 años regentó la familia, primero sus padres, Margarita Abad y Jaime, y después él, "a los 19 años, tras acabar la mili". Hoy tiene 50. Tiempo para un cambio radical.

El cierre del negocio y la venta del inmueble es voluntaria, no obedece a pérdidas económicas ni a una oferta irresistible de un inversor extravagante. No, Pep ha decidido darse otra oportunidad "por salud".

"El calor es insoportable y son muchas horas las que te pasas en el asador. Vi en un documental que los dos trabajos más duros en verano son el asfaltado de carreteras y los asadores de pollos. Mi madre tuvo un infarto aquí. Por eso lo dejaron", cuenta Pep.

A sus cincuenta años quiere darse otra oportunidad. "Desde que acabé la mili, a los 19, me he pasado la vida en el asador. Llegaba a las 7.30 y no regresaba a mi casa hasta las 19, a veces, 22 horas,sin haber comido. ¡No es vida!"

Aún no sabe qué va a hacer salvo que los dos primeros meses de este nuevo año los va a dedicar al dolce far niente. Su voz grave se le quiebra porque es la historia de la familia. Y también del barrio. "No vivo aquí pero me siento de Santa Catalina. Es mi barrio", asegura.

Fue un francés el que en 1969 abrió el primer asador de pollos de Palma. Un año después, Jaime Martí y su mujer Margarita Abad se trasladaron desde Sóller a la ciudad para seguir con aquel novedoso negocio con sello francés. Pep tenía un año y quedó al cuidado de la abuela. "Mis padres bajaban una vez a la semana, con el coll de Sóller y el 600 incluidos", ríe el primogénito. Muestra dos fotografías en las que se ven a sus padres con los pollos asados que han alcanzado fama más allá del barrio.

Entre los clientes, Pilar de Borbón, quien se ha ido a la vez que los pollos de Santa Catalina que la alimentaron en numerosas ocasiones. "El Rey también era cliente pero no venía personalmente como su hermana", sonríe.

El secreto de las patatas

Las aves se servían con unas patatas que han hecho salivar a miles de ciudadanos. "¿El secreto? Regarlas con el propio aceite que soltaban los pollos, adobados con especies diversas", comparte Pep Martín.

En Mallorca no hay pollos para asador, así que durante años los Martín los adquirieron en la empresa Avidesa, de Suñer, el empresario valenciano que secuestró ETA. "Lo suyo es que el ave no pese más de kilo, kilo y medio", asegura el asador de pollos.

Los últimos dos meses ha recibido numerosas muestras de afecto. Su clientela ha desfilado para seguir comiendo los pollos de Santa Catalina. Ha habido sorpresas como la del fotógrafo de vela Tomàs Moyà, un cliente habitual, que le ha hecho un reportaje fotográfico antes de la retirada del mobiliario y las máquinas que durante casi treinta años han sido su paisaje sentimental.

O la sorpresa que se llevó cuando un joven le compró los dos letreros del negocio: Roast pollos que puso aquel señor francés que abrió el primer asador de Palmay al que todos conocieron como los pollos de Santa Catalina.