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Luces a gogó, otra manera de contaminar

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define de manera muy precisa la expresión "a gogó". Significa "sin límite"...

Luces LED en la calle Sant Miquel. a. f,

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define de manera muy precisa la expresión "a gogó". Significa "sin límite". Y ya está. Así que me viene como anillo al dedo para resumir la falta de control de la iluminación de muchos negocios de Palma que se aprovechan de las nuevas tecnologías, para perjudicar el entorno, contaminar y desfigurar los edificios, algunos históricos, en los que están ubicados. El Ayuntamiento de Palma tiene la obligación de imponer los límites y la normativa vigente se lo permite, no obstante, la previsión y la actuación diligente no es una característica que les distinga.

Parcialmente ciega me quedé por un tiempo, y no es broma, en la calle Unión por culpa de una luz blanca que de manera violenta emitía una tienda de ropa; dos franquicias, una de telefonía y otra de comida, han desgraciado el edificio que albergó el Bar Cristal, con un mal gusto y un desprecio hacia la ciudad bastante vergonzoso. Con tal de que se les vea a uno en rojo y al otro en violeta, les da igual violentar la imagen de un edificio, además, catalogado y por lo tanto protegido.

En Es Jonquet, barrio declarado Bien de Interés Cultural en su conjunto, hecho del que se cumplen 10 años y por el que ARCA luchó mano a mano con mucha gente, podemos ver muchos días al anochecer unas tiras de luces de colores que enmarcan una discoteca fuera de ordenación que degradan, aún más, el entorno hasta el punto del ridículo. No le andan a la zaga las lucecitas de colorines en los distintos pisos del Hostal Cuba, también edifico catalogado. Una farmacia tiñe de verde todo su entorno, paseantes incluidos, cuando se pone el sol en la calle Sant Miquel. Una casa de apuestas del Coll d'en Rabassa sigue con todo su edificio enmarcado de azul y rosa fosforescente, el mismo negocio que aún no ha quitado las letras que de manera ilegal colocó e iluminó durante años en una singular chimenea patrimonial. Hasta el puerto empieza a sufrir colores deslumbrantes en algunas fachadas.

Fíjense que cuando apareció la tecnología LED, todo eran alabanzas a su reducido consumo energético, pero el paso del tiempo ha dejado un reguero de inconvenientes graves que las administraciones municipales deberían tomarse en serio. El límite, tan necesario y tan justo, no lo tienen claro en el Ayuntamiento de Palma. Cuesta Dios y ayuda poner coto a desmanes varios y para cuando se llega a pretender actuar, en demasiados casos ya es tarde. Vean si no el desastre de cables, la atrocidad de las pintadas, los abusos de los plásticos propagandísticos en las fachadas además de los tubos de luces LED de multitud de colores e intensidades en los que hoy me centro.

Cuando yo era muy jovencita, los negocios de Palma, especialmente los del Centro, donde se concentraba la actividad comercial, tenían unos letreros enormes, muchos de ellos provistos de neones que pretendían llamar la atención y atraer el público. La calle era una feria de luces en la que lo importante era vender y competir. Era igual que todo ello atentara contra la belleza de los edificios y el valor económico y cultural que ello tiene. Aunque parezca mentira, estamos ahora volviendo a las andadas.

Con el ordenamiento urbanístico de los años 80 y 90 se puso coto a todo aquello y, especialmente en el centro histórico, se marcaron unas normas extremadamente respetuosas para que los letreros y las luces de los comercios, estuvieran integrados en las fachadas. Se buscaba realzar la armonía del conjunto. Esas normas respetuosas siguen vigentes, pero parece que nadie se da por enterado. Y no me refiero solo a los negociantes, sino especialmente a quienes deben velar por el orden y los límites en nuestra ciudad. Es exasperante como inspectores, policías y políticos miran hacia otro lado mientras las franquicias y las no franquicias roban nuestro paisaje urbano, dejando un reguero de mal gusto y de invasión de lo cutre. Hemos retrocedido hasta casi la barbarie estética. Cada día se perpetra un nuevo atentado con pantallas de vídeos y fotografías móviles además de las dichosas luces que pretenden enmarcar escaparates, por si se veían poco.

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