Diario de Mallorca

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El Castillo de las siete Torres

Això era i no era, bon viatge faci la cadernera...

Una de las obras arquitectónicas de Demyan en la Playa de Palma.

El viento helado soplaba del norte. La temperatura ambiente estaba por los 10 grados bajo cero. Los campos blancos, cubiertos de nieve, el cielo gris. Los inviernos en Ucrania son largos y deprimentes. En el pueblo de Kompaniivka estaba a punto de nacer Demyan, el que sería el quinto hijo del matrimonio entre Yure y Leslia, dos agricultores lugareños empleados en un latifundio propiedad del estado comunista, dedicado a la producción de remolacha. Demyan iba a nacer en una casa pobre, con lo básico para sobrevivir. Olga, la comadrona, cogió a la criatura por los pies, le dio un cachete en las nalgas y el súbito llanto se pudo oír por toda la casa. Yure, el padre, casi sin inmutarse, murmuró: "otra boca más para alimentar". Ningún signo de alegría entre los presentes, más bien caras de preocupación. Leslia, la madre, no dejaba ver signos externos de felicidad. Este hecho sucedía a medianos de los 80, o sea, en los últimos años de dominio soviético.

Al desaparecer la URSS en 1991, Ucrania pasó a ser República Independiente. Por ello se pudieron implementar reformas económicas y la privatización de empresas. Casi al mismo tiempo llegó la inflación, los trabajadores ya no tenían la protección estatal y tenían que vivir de su mal remunerado trabajo. Yure siguió esforzándose para poder al menos seguir alimentando a su familia. Los hijos mayores le ayudaron. Demyan, el último de la prole, fue a la escuela primaria. Era un niño cumplidor, responsable, y la familia lo apoyó y animó para que pudiera estudiar y formarse profesionalmente. Así pues, con el paso de los años, consiguió plaza en la Universidad Nacional de Arquitectura de Kiev, donde se graduó, y así empezó una nueva etapa para él, o sea, la búsqueda de un trabajo del que poder vivir. Las crisis económicas del 2007/2009 le animaron a probar suerte en otros países de la Comunidad Europea. Trabajó primero de jardinero en Austria. Después de limpiaplatos en un hotel familiar de las montañas en Suiza. De portero en una discoteca en Milán. Fueron empleos ilegales y mal remunerados. Malvivió en comunidades con okupas, en pisos compartidos y siempre con lo justo para alimentarse. Las necesidades te inspiran y te obligan a ser creativo. Demyan dibujaba con precisión los monumentos de las ciudades en las que se encontraba y los vendía en la calle a cualquier precio.

"¿Cómo puede ser el destino tan cruel?" se preguntaba Demyan. El camino que uno pretende recorrer puede estar lleno de curvas donde tú imaginaste rectas, grandes baches donde tú esperabas superficies planas. Cuando te has metido en esta dinámica, solo te queda seguir y esperar que algún día la suerte cambie y creer que no te equivocaste de ruta, sino que estabas aprendiendo a conducir por otra nueva.

Una noche en un bar conoció a Borislav, un joven búlgaro que le contó que estaba de camino a Mallorca. Es un lugar con grandes posibilidades -le explicó como pudo en una mezcla de idiomas-, hay mucho turismo y mucho dinero. Si conseguimos llegar, ya nadie nos moverá. Borislav añadió que tenía contactos. "Tendremos cama y ya verás, en la playa construiremos castillos de arena y cobraremos a los que les hacen fotos y, además, el negocio estará abierto día y noche, pues se vigila por turnos". "Sin embargo -insistía Borislav-, lo más importante es que tú como arquitecto podrás al fin hacer tus propias obras". Demyan, que ya había cumplido los 33, decidió acompañarlo. Al fin y al cabo, poco tenía que perder. Tomaron el tren hasta Barcelona y después se enrolaron en un crucero ruso que hacía escala en Palma, en donde bajaron para quedarse.

Los amigos de Borislav les contaron al llegar que este tipo de negocio se había puesto difícil, la policía había actuado ya y prohibido los castillos en el arenal de la Playa de Palma. Sin embargo, había que atreverse y jugársela de nuevo. Así pues, en una de estas noches cálidas de primavera con el cielo lleno de estrellas, Demyan y Borislav, desafiando el destino, cargados con cubos de diferentes tamaños, una tienda de campaña, unos parasoles, palas y mucho coraje, llegaron a la playa y eligieron una zona colindante con el paseo, frente a un grupo de hoteles que a Demyan le parecieron de lujo. Allí se instalaron acotando el lugar y empezaron el que para Demyan sería su primer proyecto después de su graduación como arquitecto en Kiev: El castillo de las siete torres. Tardaron tres noches y dos días en terminar la obra. Una toalla de color gris, extendida sobre el murete del paseo, sirvió para recoger sus primeros frutos, pues allí depositaron los viandantes sus donativos después de sacar sus móviles y hacer fotos al castillo y selfis con morritos a sí mismos o con sus parejas en plan mira dónde estoy. A la inauguración de la obra asistió el grupo multicolor de amigos de Borislav, que al ver el resultado y las recaudaciones, pidieron a Demyan que les creara un nuevo castillo 200 pasos más hacia el este, en dirección al conocido reducto alemán de diversión, el famoso Ballermann Sex.

Demyan pensó que era su oportunidad y que, de esta manera, construyendo castillos, cuando tuviera unos ahorros para pagarse el viaje de regreso, podría pedir un crédito y montar un despacho de arquitectos en su pueblo natal.

Al segundo castillo lo llamó El Castillo del Dragón. Una princesa de pelo rubio se asomaba por la única ventana de la torre del homenaje, a la cual solo se podía llegar saltando tres murallas de defensa. Demyan fue además muy creativo, pues con un radio-casette transmitía los ruidos clásicos de las mazmorras con gemidos por torturas y gritos de los torturadores, conjuras de brujas y graznidos de cuervos y siseos sordos de buitres. El highlite final lo logró conectando un sistema de luces LED de colores con un pequeño generador de gasoil que tenía escondido detrás del castillo. El rumor constante que este generador provocaba, así como el olor a gasoil que desprendía, se esfumaban, como diría Bob Dylan, con los vientos, que todo lo disuelven.

Llegó el otoño, los hoteleros fueron cerrando sus establecimientos, algunos antes de las fechas habituales por la quiebra de un touroperador muy importante y otros porque el Imserso aún no tenía decidido si mandaría a Mallorca a los grupos de pensionistas de otras comunidades peninsulares. Fue aquél el otoño del décimo intento de la suspensión temporal de la ecotasa y de las enésimas elecciones generales del Reino. En la vecina Cataluña, las manifestaciones cerraban aeropuertos. Estos hechos fueron señales inequívocas para Demyan: había que regresar a Ucrania.

No era una decisión fácil, pues hacía unos meses, en la noche de San Juan, en la Playa de Palma -con sus arenas bañadas por las luces de los focos instaladas en lo alto de las columnas de hormigón prefabricado-, Demyan había conocido a Cati -una panadera de es Pil·larí especializada en llonguets- torrando longaniza junto a una hoguera. Es sabido que estas noches mediterráneas del comienzo de verano son óptimas para despertar sentimientos e intensificar la rapidez de los latidos del corazón. Así pues, como se acostumbra en esta señalada fecha, Cati y Demyan escribieron sus deseos en un papel, le prendieron fuego y ardiendo lo echaron a las olas del mar. Fue amor a primera vista y sus sueños se iban a cumplir.

Habían pasado los meses y el deseo de Demyan de regresar con Cati a Ucrania era difícil pero indiscutible. Sin embargo, cuando dos quieren lo mismo es más fácil ponerse de acuerdo. Convencieron pues a Tomeu y Margalida, los padres de Cati, prometiéndoles muchos nietos y visitas en verano para que autorizaran el enlace y pagaran los gastos de la ceremonia. La boda tuvo lugar en la iglesia de la Porciúncula, la celebración fue en un 'barbacoa' y el día de Todos los Santos tomaron uno de los vuelos de Ryanair a Ucrania, donde actualmente viven felices trabajando los dos en el estudio de arquitectura que Demyan ha montado en Kompaniievka, su ciudad natal. Amén.

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