Los clientes del Longarone aún tendrán este verano para disfrutar de los helados y la sombra de los árboles que cubren la terraza de Via Roma. La última heladería de las tres que regentaron desde la década de los 80 Ricard Graells y María Teresa Barlam cerrará sus puertas para siempre a mediados de septiembre. Tras la clausura hace unos años de las primeras, situadas en la avenida Argentina y la calle Sant Miquel, ha llegado el momento del descanso para su propietario. Como no hay relevo generacional, el letrero de color azul y blanco del establecimiento será descolgado por los próximos inquilinos del privilegiado lugar en el que está ubicado, junto a la clínica Rotger y a dos pasos de la plaza del Tubo y los institutos.

La historia de las heladerías Longarone comenzó frente a otro conocido edificio, la iglesia de Sant Sebastià. "Me senté con mi mujer en las escaleras y, mirando el local, enseguida decidimos quedárnoslo", cuenta Graells. Era la Semana Santa de 1983 y él y su familia, con dos niños pequeños, habían venido de vacaciones a la isla procedentes de Barcelona. "Me sorprendió lo bien que iba aquí la economía, por lo que una mañana compré los periódicos y busqué un local en los anuncios clasificados". Encontró uno en la avenida Argentina 91. "Firmé de inmediato y un mes después ya estábamos instalados en Palma, destaca el empresario.

El anterior dueño, que estuvo al frente de la heladería solo un verano, la llamó Longarone en "homenaje a un pueblo del norte de Italia donde se rompió una presa y provocó una inundación que arrasó la localidad y mató a numerosas personas. Para honrar su memoria y reactivar el pueblo, el gobierno italiano organizó una feria de todo lo relacionado con los helados", tal como relata. Este certamen del dulce del verano por excelencia se sigue celebrando cada año y tiene un gran reconocimiento internacional.

Rápida expansión

Ricard Graells y su esposa sacaron adelante el negocio del barrio de es Fortí "desde cero, sin saber nada de helados, pero con mucha constancia, paciencia y ganas de aprender. La materia prima era italiana y yo mismo elaboraba el producto en el local", en palabras del propietario. Los clientes -en su mayoría residentes de la zona- "respondieron muy bien", por lo que el éxito les animó a abrir otro Longarone al año siguiente en la peatonal Sant Miquel. "Tanto el ambiente como el público -con muchos turistas- eran diferentes, aunque mantuvimos la misma decoración, igual que las grandes empresas", compara.

En invierno, la alternativa a los helados fue "ofrecer chocolate con churros, debido a que había poca competencia". Sin embargo, mientras en es Fortí tuvieron muy buena acogida, en Sant Miquel "nadie los compraba", por lo que allí solo duraron una temporada. La marcha de ambos negocios volvió a darles un empujón para abrir el tercero. Fue en 1987 en Via Roma, el que cerrará después del verano, y completó la aventura empresarial de Graells y Barlam. Con los años fueron clausurando los dos primeros locales -en 2007 y 2012- para "dejar de trabajar tanto". María Teresa falleció poco después, por lo que Ricard saldará sin ella "una cuenta pendiente": visitar Longarone, el pueblo que les cambió la vida.