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La desfachatez de los bancos

La desfachatez de los bancos

Que los bancos han ganado la batalla ya lo sabemos, pero no hace falta que nos arrastremos ante ellos. Podríamos mostrar un poco de dignidad en algunos detalles. No me refiero a pequeñas heroicidades personales, que seguramente las hay a diario, protestando por las interminables colas, por los ridículos márgenes horarios para el pago de recibos, por las comisiones hasta por respirar, porque no den cambio ni acepten monedas o porque te sientas en territorio hostil. Otro pequeño gesto cotidiano de valentía es no hacer pagar el pato a la gente empleada, la pobre, que deben asumir roles de Terminator o de Rottenmeier o de Dios Todopoderoso, porque ahí los ponen para dar la cara. No, no me refiero a eso.

Quien no puede ni debe mostrarse sumisa ante los bancos es la ciudad. Bastante hay con que una empresa bancaria haya decidido fusionarse con otra y despedir al 50% de la plantilla. Ya sabemos que para algo hay que fusionarse y alardear de cuenta de resultados. Pero, una vez tragado el sapo, ¿tenemos que mostrar complicidad con sus nuevas estrategias de atención al público dejándoles poner dos, tres o más cajeros automáticos en la fachada y que utilice la calle para su negocio particular? Obviamente no, aunque es lo que está pasando en nuestra ciudad mientas los responsables municipales miran hacia otro lado.

Y si para hacerse más vistosos ante dichas fusiones, han de cambiar su logo e imagen corporativa con propuestas más llamativas en formas, colores y materiales, ¿tenemos que abrirnos en canal ignorando nuestras normas de respeto estético para satisfacer su insaciable necesidad? La carta de colores permitidos en las fachadas del centro histórico de nuestra ciudad está estipulada con precisión. Ni el amarillo canario ni el naranja intenso están contemplados. Ni los azules. Los materiales plásticos tampoco están permitidos. Además, es obligatorio que se conserve la armonía del conjunto del edificio.

Nunca los bajos pueden tratarse ni decorarse como si nada tuvieran que ver con los pisos superiores. Les invito a pasearse por calles céntricas de Palma y les sugiero que se fijen solo en las oficinas bancarias. Para otro día dejaremos las heladerías, las franquicias de bisutería y ropa, además de la maquinaria dispensadora de lo que sea: latas, bocadillos o chucherías, sería adentrarnos en un mar de ilegalidades.

Si las normas de estética que afectan al centro histórico impiden los abusos actuales de tanto cajero en fachada, tal como les he explicado, sepan que no he encontrado en ningún sitio de la tan cacareada nueva y pésima normativa de Ocupación de la Vía Pública qué cantidad deben pagar las oficinas bancarias por ocupar el espacio público con las colas de sus sufridos clientes. Será que no pueden ocuparlo.

Que las grandes empresas van con chulería y han ganado la partida, lo sabemos, pero necesitamos que el ayuntamiento de Palma, nuevamente estrenado, enmiende su falta de celo para no sentirnos tan pisoteados. Y necesitamos que lo hagan desde el minuto cero en esto y en todo, porque ya es tarde.

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