Ana no quiere ayuda.Ana no quiere ayuda Vive al raso en la plaza de García Orell desde que "me subieron el alquiler de un trastero", que medía un metro por tres. Es lo que cuenta, este mujer nacida en Rumanía, que de vender periódicos en el mercado de Pere Garau ha pasado a ser una indigente.

Los que la han conocido, vecinos y comerciantes, están preocupadosvecinos y comerciantes, están preocupados porque "su estado de salud se ha ido deteriorando", incluso temen que pueda tener gangrena en su pierna derecha. "No, no, ¡estoy bien!", le asegura Ana a Francisca Molleja que esta mañana ha ido a verla a su 'casa': la calle.

Francisca, junto a otros vecinos de Pere Garau como Àngels Fermoselle han alzado su voz para pedir soluciones.

"Cort y el resto de administraciones deben actuar para protegerla y salvarla. Que Ana no quiera ayuda y las instituciones se excusen diciendo que no puede actuar nos parece una hipocresía. Ella no tiene libertad porque su mente no rige. Tenemos que hacer algo", piensa Francisca Molleja, la modista que se siente cercana a Ana porque "yo soy la otra cara de la moneda. A mí las cosas me han ido bien", asegura.

La Administración

Desde el Ayuntamiento, el Consell de Mallorca y la Cruz Roja han indicado que "estamos al tanto del caso y se está pendiente de la respuesta de Fiscalía ante la petición de incapacitarla y así poder ingrasarla de manera forzosa". "Al no haber familiares, el proceso se alarga, pero mientras tanto, la Cruz Roja la visita a diario", añade el portavoz municipal.

La empatía de Francisca nace de que ella pudo estar en ese lado en el que ahora se encuentra Ana. "Mi marido y yo dejamos Sevilla cinco años atrás. Estábamos en el paro. Vinimos a Mallorca. Mi marido era chófer y no encontró nada hasta que empezó la temporada. Vimos un anuncio de alquiler en el mercado de Pere Garau y él me animó a que lo cogiéramos. Me puse a trabajar y me fue bien. Ahí conocí a Ana, vendía periódicos que colocaba en una mesita y ella se sentaba delante. A las 5 de la mañana, coincidíamos en el mercado y hablabámos. Me contó que era ingeniero mecánico. No sé si es verdad pero se me rompió la máquina de coser y me la arregló".

La modista del barrio avanza en la historia de Ana. "Dos años después, la echaron y ahí empezó el declive. Se puso a vender fuera y de ahí también la sacaron; acabó vendiendo diarios en la plaza de España y la echaron de su casa. Desde entonces, la vemos empujando carritos y como se deteriora día a día".

Ana se ha instalado en la plaza de las Columnas con sus enseres. "No me dejó que tirara algunas de esas bolsas que olían mal; me dijo que eran sus cosas", cuenta la modista. Hoy vuelve a insistirle en darle ayuda. Ana extiende la mano y sonríe con los dientes oscuros. "Dame dinero".

Su pierna derecha está envuelta en un calcetín negro y una bolsa. A su lado, una magraneta de panificadora medio mordida, un par de cocacolas y un cubo con hielo. Los vecinos pasan y la saludan. Ana repite: "No quiero ayuda".

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