Olas que no sobrepasan el metro y un viento oeste sur oeste que va rolando: condiciones buenas para iniciar la clase de surf. La luz es prodigiosa esta mañana en Ciudad Jardín. Bernat Ginard, al que todos llaman Berni, está en la arena junto a María Eugenia Urbina-Faufer, explicándole diferentes movimientos del cuerpo sobre la tabla. Ella, una escritora venezolana canadiense, es una alumna atípica.

"Tengo 41 años, soy madre, tengo una vida estructurada, adoro el mar y Berni es el mejor porque es surfista de corazón y muy serio como profesor. Es una persona de mar", se deshace en elogios.

Ella lleva un año aprendiendo en Laola Surf School, el centro móvil que el surfista mallorquín ha montado en su furgoneta y con la que se desplaza por toda la isla enseñando el arte de coger la ola. "Mallorca es un buen punto de partida para aprender porque al ser una isla hay un montón de olas", apunta Berni.

Esta afirmación que parece una verdad de perogrullo no es tal. El mundo del surf es complejo. Son muchos los elementos que hay que tener en cuenta pero lo fundamental "es entender el mar; que es lo que cuesta más", apunta el surfista. El profesor señala que "siendo importante el fondo físico", es preferible tener cabeza: "No hace falta ser un cachas; incluso es mejor alguien gordito porque flota más. A veces vienen hombres de gimnasios en plan chulo y no son los mejores alumnos; en el surf hay que tener cabeza porque un mal golpe puede ser terrible", indica.

Él se inició cuando tenía 16 años. Estaba de moda el windsurf pero Berni prefirió subirse a la tabla a pelo. "Soy autodidacta. Aprendí a base de hacer desastres de verdad. En aquellos años no había apenas material para practicarlo. Aún hoy, muchos me preguntan, ¿en Mallorca hay olas? A partir del 2008, la práctica del surf empezó a expandirse en la isla ", apunta.

En la actualidad hay cuatro escuelas. La suya es de las primeras. Una furgoneta cargada de tablas y el material necesario son suficientes. Él pone el oficio que ha ido aprendiendo por el mundo. Ha buscado olas de distintos parajes, y si tiene que elegir se queda con Costa Rica y Australia "por su naturaleza y las condiciones de las olas". Le aguardan California y Haway. "¡En el viaje de bodas!", ríe.

"El surf es una manera de vivir. Te ha de gustar. Yo empecé muy joven y gracias a él he viajado por el mundo pero hace unos años que me planteé qué iba a hacer con mi vida: decidí hacer del surf mi medio de subsistencia", cuenta.

Se preparó. Sigue tomando cursos para perfeccionarse como profesor y, entre clases, viaja cuando puede buscando esa ola perfecta sobre la que cabalgar como si fuera Nereo. "No hay límites. No todos necesitan las mismas olas. A mi madre, de unos 50 años, no la llevaría donde hubiese corriente fuerte pero sí a Can Pastilla, un lugar más suave para surfear; Ciudad Jardín también es bueno para iniciarse; en el Portitxol hay que ir con cuidado con las piedras. Lo más importante es tener cabeza. Al principio cuesta pero, poco a poco tu cuerpo se va adiestrando y fortaleciendo", anima Berni. Hoy, entre sus alumnos, abundan las mujeres. Para quien se anime a esperar la ola, puede hacerlo solo o en grupo. Una clase privada de dos horas cuesta 70 euros, con todo incluido.

Berni y María Eugenia agarran sus tablas y se adentran en el mar. Las olas hacen cabriolas. Hay viento racheado. Es suave. Suficiente para intentar subirse a la cresta de la ola.