Christian Pfleger es un alemán que habla mallorquín y castellano perfectamente. Se crió en Eivissa, en una furgoneta Volkswagen, junto a su hermano y su madre, vendiendo artesanías en el mercadillo hippie de Punta Arabí que se fundó en 1973. A sus 48 años, está a punto de estrenarse como hotelero. En mayo o junio abrirá el hotel Basílica, un cuatro estrellas en el corazón histórico de Palma, el barrio de la ciudad que le robó el corazón y del que ha sacado beneficios restaurando y vendiendo algunas de sus casas cuando nadie daba un céntimo por un casco antiguo lleno de casales, iglesias y la misma Catedral en convivencia con yonquis, prostitución y degradación.

"Me instalé en Mallorca en el 98 en el Banc de s'Oli. Cuando vi el centro histórico pensé ¡qué joya, incluso estando lleno de jeringuillas en sus calles! No me importó. Los yonquis eran pacíficos. Monté la agencia Europalma, una de las primeras inmobiliarias centrada en la zona, junto a la de las hermanas Miró. Jamás había vendido una casa!", explica uno de los artífices del éxito de la zona. Un triunfo empresarial que ha mostrado su cara y su cruz. Gentrificación, desahucios, precios abusivos de alquiler y de compra en un barrio que cada vez más está en manos extranjeras.

"Creo que hay que poner límites y que la regulación del alquiler vacacionalConozco gente que se ha tenido que ir de sus casas por las molestias de las fiestas que montan estos turistas", comenta. "En cuanto a los precios, es el mercado el que los regula y también la presión fiscal. Pero honestamente no sé qué contestar si Palma va a morir de éxito o no. Ojalá se rebaje el mercado, pero no puedes imponer precios", añade. "En estos 20 años, los precios se han hinchado pero en el casco antiguo nunca bajan, se mantienen", remata.

Cuenta, y le avala su experiencia, que "las discusiones entre los herederos mallorquines ha provocado que hayan acabado vendiendo parte de su patrimonio".

Mallorquines que han dado paso a extranjeros. "En los últimos 5, 6 años, ya no compran los locales, son suecos, sobre todo, porque han puesto de moda en su país Palma, sobre todo Santa Catalina. Les atrae, y ahora crecen hacia Son Espanyolet. A los suecos les gustan las casitas bajas. Yo opté por el centro histórico", reitera.

Ojo en su flechazo

Con todo, él tuvo ojo en su flechazo por el corazón de la ciudad. Es probable que esa disposición a ver negocio donde otros no lo ven ya estuvo en sus primeros años cuando era un niño hippie en Eivissa e inventaba historias con marionetas con tan buena acogida que gracias a ellas eran invitados a las fiestas. Esa dualidad creativa le llevó años antes, con 36 años, a filmar su primera película, Meins, que se estrenó en Palma en los cines de Porto Pi. Por el momento es la única cinta de Christian Pfleger.

"Cometí un error, y es que me ocupaba de demasiadas cosas, dirección, los actores, las cuentas, producción, en fin, que si te distraes con tantas historias no sale bien. No lo volveré a hacer. Por el momento, estoy desconectado del cine, pero si el presupuesto lo permite, volveré a rodar", confiesa.

El guión se basará en aquellos críos alemanes, hippies, que se criaron en Ibiza sin agua, electricidad, en una casa de payeses. Hoy les pedirían miles de euros por ella.

"Los payeses despreciaban aquella casa. Veíamos cómo labraban sus tierras, nadábamos en el safareig. Los inviernos los pasamos entre Marruecos y Francia donde íbamos a comprar género que luego en primavera y verano vendíamos en Ibiza. Tuve una infancia muy feliz", asegura.

Su madre sigue en la isla Blanca, y él, tras formarse y viajar por Alemania, Holanda y Centro América, admite: "Ya no me queda mucho de hippie, aunque lo llevo dentro en el sentido de que me adapto a cualquier ambiente, hablo con todo el mundo", asegura.

Su versatilidad ahora se ha puesto en la piel de un hotelero. Entre mayo y junio espera abrir su primer hotel, el Basílica, un cuatro estrellas levantado en un edificio de 1850, no catalogado, donde estuvo la imprenta Politécnica, y que tendrá 38 habitaciones. El arquitecto Alejandro Von Waberer firma la reforma. Su mujer Maria Antonia se ha encargado del interiorismo y la decoración.

"Los artesanos son de Mallorca, al igual que el equipo que nos ha acompañado en esta aventura", apunta con orgullo. "Este hotel es un trabajo de todos", añade.

Pfleger asume "la dura competencia" porque el centro histórico es un hervidero de hoteles. Él juzga que "con todo, si sumamos el número de plazas ofertadas, no llegamos a un macrohotel de la Platja de Palma". Piensa que "el turismo que se va a desarrollar en Palma va a ser el del invierno", porque él diferencia del que viaja solo a la ciudad, y el que visita la isla.

Esta nueva faceta inversora del empresario alemán irá en paralelo a su oficio inmobiliario. "Estaba cansado después de veinte años reformando y vendiendo casas. Surgió la posibilidad de comprar este edificio tres años atrás, y a montar el hotel me he dedicado de lleno. Llevo tres años sin vacaciones. La inmobiliaria la mantengo pero la gestiona otra persona. Soy una persona que necesito estímulos, cambios en mi trabajo".

Plásticos

En su dinámica cabeza alberga un proyecto de eliminación de plásticos. "Me preocupa el medio ambiente, y me siento culpable de lo que está sucediendo. Por eso, quiero aportar mi ayuda a eliminarlos", cuenta. Pfleger está trabajando con ingenieros de Mallorca en un proyecto de eliminación de residuos plásticos, solo que "ahora me centro en el hotel; y tras la vacaciones, esta idea medioambiental".