Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pensar, compartir...

Enredo de cables

El embrollo de cables afea esta fachada en la calle Sant Miquel.

Viajo poco. Pero cuatro días en Edimburgo y tres en Berlín me han bastado para darme cuenta de que en ninguna de las dos ciudades hay ni un solo cable en el exterior de sus edificios.

Se habrán fijado que, por el contrario, en Palma los cables trepan como si fueran enredaderas ornamentales demoníacas que se reproducen a más y mejor y además van acompañados de unos artilugios rectangulares, cada vez más grandes, a los que se conectan. Y todo sin el más mínimo pudor por parte de las empresas suministradoras de servicio de telefonía, o de electricidad, o de televisión por cable, que los clavan con mucho desparpajo.

La normativa urbanística recogida en el Plan General de Ordenación Urbana prohíbe explícitamente que se coloquen cables en las fachadas de la ciudad. Por lo tanto, no es falta de previsión, sino falta de cumplimiento de la norma, con lo que nos encontramos.

¿Será que en Edimburgo o en Berlín no gozan más o menos de los mismos servicios técnicos de velocidad de navegación y calidad de imagen de los que gozamos aquí? ¿Destrozar la estética de nuestras fachadas es un peaje que hay que pagar si queremos no perder el tren de las ciudades inteligentes, dotadas de la tecnología más moderna y de las que vengan? ¿Llegaremos, a este paso, a tener el exterior de nuestras casas lleno de cables, de arriba abajo, como siniestras telas de araña? Las contestaciones a las preguntas anteriores son: no, no y sí, por este orden, a no ser que hagamos algo para cambiar el sí al no y desterremos, o mejor dicho, enterremos los cables de una vez por todas.

Soterrar los cables es la solución. Pero no hay voluntad por parte de nadie. ¿Recuerdan cuando a finales de los 90 del siglo pasado, ONO agujereó muchísimas calles de nuestra ciudad para extender su oferta por cable? No sé quien es ahora propietaria de su red, pero la intuición me dice que nadie las gestiona y que sus conductos soterrados y sus tapas en las aceras tienen más vida animal que digital en su interior. Con las famosas obras del Pla Mirall en todo el centro de Palma, ejecutadas en la época del alcalde Fageda, se dotó a muchas calles de una canalización para cables que parece ser que ninguna compañía suministradora ha querido utilizar. Sus ganancias son más que substanciosas pero quieren más dinero, les es más barato y rápido abusar de nuestras fachadas y les es igual la belleza de nuestras calles.

Sonroja un poco ver en chats impulsados por empresas instaladoras de fibra óptica cómo se menosprecia a los municipios que se han atrevido a poner impedimentos a que destrozaran sus fachadas argumentando cosas tan evidentes como que se perjudicaba al patrimonio de la ciudad. Parece ser que esos gobernantes ponen en peligro el avance de la sociedad y que sus pueblos pueden quedarse anclados en el pasado remoto de pobreza e incultura. En realidad, esos gobernantes valientes lo único que hacen es defender los intereses de sus habitantes a proteger la imagen de su ciudad, sus valores paisajísticos y el buen gusto. Por supuesto no pretenden impedir que las nuevas tecnologías se expandan y les ofrecen la alternativa de que inviertan en soterrar las líneas. Pero la dinámica es enfermiza y parece ser que la Ley de Telecomunicaciones arrasa con los derechos a la imagen y al Patrimonio. Un absurdo que cuesta creer.

Los abusos de las empresas suministradoras se acabarán cuando un número importante de ayuntamientos digan basta y no sean solo unos pocos atrevidos. ¿No hay unas entidades estatales que agrupan municipios y provincias y tienen reuniones periódicas? Pues que se lo tomen en serio, porque la economía boyante de algunas empresas está perjudicando seriamente otras cuestiones también económicas y vitales.

Los congresos internacionales sobre ciudades inteligentes o islas inteligentes, en sus conclusiones, abogan por la extensión de la fibra óptica en todo el territorio. Nunca dicen que esa extensión ha de ser compatible con cuidar la estética de esas ciudades, pueblos o islas. Pues sería interesante que lo hicieran, porque lo que pasa ahora es que van arrollando con sus enormes rollos de cable. La víctima, nuestra ciudad.

Planifiquemos pues la eliminación de los cables en fachada. Podemos ir de la mano de cantidad de pueblos y ciudades que están clamando para evitar la sumisión de su Patrimonio a las empresas suministradoras. Puede ser una buena propuesta electoral para todas las convocatorias que se avecinan. Copiemos a las ciudades europeas que lo hacen bien. Que las candidaturas al Senado y al Congreso de los Diputados tomen nota y si tienen que introducir una cláusula en la Ley de Telecomunicaciones, que la introduzcan, porque no es incompatible avanzar en nuevas tecnologías y querer una ciudad hermosa. A no ser que siga ganando la insensibilidad y el despotismo. Y no hay un minuto más a perder ni un cable más a aceptar.

Compartir el artículo

stats