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Mujeres de hoy

Irene Gutiérrez Huamaní: "He hecho de la dureza de mi vida escuela y cocinar ha sido mi terapia"

La chef y propietaria de Sumaq, un referente en la gastronomía peruana en Palma, vive un tsunami personal

Irene Gutiérrez Huamaní (Santo Tomás, Cuzco) era una niña de seis años cuando su madre, viuda, pobre y con cuatro hijas, aceptó un trueque: entregarla a un matrimonio, él policía, para liberar a su padre, preso en un Perú corrupto y con constantes violaciones a los derechos humanos. La promesa de que le ofrecerían una vida mejor jamás se cumplió. Aquella cría vivió con esos padres a golpe de palizas hasta los 14 años. "Escapé, fue lo mejor que hice en mi vida", cuenta.

Hoy vive en Mallorca y desde su exitoso restaurante Sumaq, ha sido la pionera en mostrar lo mejor de la gastronomía de su país. Pasada por su tamiz. Respetada por el gremio y con una clientela nacional e internacional muy exigente, un nuevo golpe la ha sacudido: desde mayo de 2018 sabe que padece esclerosis sistémica, una enfermedad autoinmune crónica y muy dolorosa. Pero ahí sigue, al frente de los fogones de su "sueño" hecho realidad: Sumaq. "He hecho de la dureza de mi vida escuela y cocinar ha sido mi terapia", dice con la mirada líquida.

P Cuando le diagnosticaron la enfermedad, tenía tres restaurantes. Hoy mantiene solo uno. ¿Pensó cerrarlo también?

R En aquel momento iba a abrir dos restaurantes más en Magaluf, nos ofrecieron un lugar en el mercado de la luz, que al final tampoco se llevó a cabo, ¡menos mal!, pero yo ya estaba enferma. Fui cerrando los restaurantes desde la clínica. Pensé que iba a morir. Llevaba meses de mucho estrés, sintiendo cosas extrañas y los médicos no encontraban el diagnóstico hasta que el doctor Pallarés me ayudó y me ingresaron de urgencia. Tenía afectado el pulmón en un 80 por cien. Ahora estoy en tratamiento, pero es carísimo; por fortuna lo puedo pagar. Quise arrojar la toalla y cerrar Sumaq también, porque el dolor es insoportable. Es una enfermedad que afecta a la piel y a otros órganos, como el pulmón. No podía respirar, en lugar de hablar, tosía, no podía comer ni tragar. Cualquier roce me dolía, incluso el agua de la ducha. Quise rendirme pero mis ángeles me ayudaron, otra vez.

P ¿Ángeles?

R Sí. Hablo de ellos en el libro Danza de ángeles, que escribí estando enferma. Siempre quise trasmitir mi gratitud a aquellas personas que me han ayudado en esta vida, que ha sido muy dura, pero con momentos dulces. Cuando venían al restaurante, me preguntaban por qué estaba en Mallorca; algunos pensaban que era rica. Quise escribir para contar mi historia, que sin la ayuda de personas como Nadal y su esposa Marisol, especialmente, y Roberto Pons, mi expareja, socio y amigo, no habría llegado hasta aquí. Cuando me dijeron lo que tenía, apareció otro ángel, Magín Oliver, que me apoyó incondicionalmente. Todos me pidieron que luchara, que estaba viva, que no abandonara mi sueño, que tanto me había costado. Decidí aceptar el tratamiento y luchar.

P¿Cocinar le cura?

R Sin duda, desde pequeña. Era muy pobre, no tenía juguetes, con el barro hacía comida. Está mal que lo diga, pero con cinco añitos hice un guiso con pichón que me inventé. Mi sueño profesional fue dedicarme a la gastronomía. Me gusta comer, descubrir nuevos sabores. Yo creo que como pasé hambre, la comida me atrajo, solo que para venderla tenía que convertirme en una profesional. Por eso acepté la ayuda de tantas personas.

P ¿Cómo le ayudaron?

R Siempre tuve una habilidad especial para los negocios, incluso de niña hacía helados que vendía para dar de comer a los hijos desnutridos de aquel matrimonio al que llamé padres y que me maltrataron. Siempre me decían que no valía para nada. Cuando escapé, me prometí a mí misma que iba a demostrar quién era Irene.

P Como Scarlett O'Hara en Lo que el viento se llevó

R (Risas) Trabajé en lo que pude y fui aprendiendo, pero no fue hasta que la señora Laura me animó a que estudiase, porque decía que "tenía un don". Me gradué como chef en el Cenfotur. Abrí una sandwichería, pero fracasé porque no tenía experiencia. De mis errores he aprendido. Los obstáculos no me han echado para atrás.

P ¿Y cómo llegó a Mallorca?

R Estando en la sandwichería, en Cuzco, entró un matrimonio con tres o cuatro niños de la calle. Me pidieron que les diera de comer. Les miré y me vi retratada. Hablando con ellos, Nadal y Marisol, me contaron que estaban en un hotel muy bueno, pero se quejaron de la comida. Me picó el orgullo y les preparé una sopa criolla. Les gustó tanto que me dijeron: "tú tienes que venir a Mallorca". Son los dueños de un restaurante en Lloret. Pensé que era una broma, pero tres meses después me llegó su oferta de trabajo. Tuve que esperar dos años y medio para conseguir la visa. En enero de 2005 estaba en Mallorca. Trabajé con ellos. Aprendí mucho, pero quería abrir mi negocio. Lo hice con la ayuda de otro ángel, Roberto Pons, con el que seguimos siendo socios y grandes amigos.

P La gastronomía peruana está de moda. ¿A qué se debe?

R Para mí es por su pureza y exotismo. La cocina peruana está llena de sorpresas, de olores, te hace sentir emociones que surgen de lo cítrico (si no tuviera limas, cerraría el Sumaq) al picante. Son sabores intensos, procedentes de Japón, China, el Atlántico, los Andes, el Amazonas. Es alegría y amor.

P ¿La enfermedad ha cambiado su forma de cocinar?

R No, me ha cambiado a mí. He sido una persona extremada, muy rígida, exigente. Ahora he aprendido a aceptar mis errores, a ser más flexible, a no ser tan ambiciosa. Como chef ha aumentado mi entrega porque disfruto más lo poco que puedo hacer. Sigo cocinando.

P ¿Espera la estrella Michelin?

R No la espero. Yo trabajo para mis clientes y mi objetivo es que vuelvan. La Michelin implicaría subir precios y otro talante. Yo quiero estar muy cerca de mis clientes.

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