Santa Catalina es uno de los barrios donde se está produciendo la marcha de sus residentes, generaciones que llevaban años en el damero de calles estrechas están vendiendo sus casas. En muchas ocasiones se trata de plantas bajas con un pequeño jardín interior o locales donde había antiguos negocios. Los inversionistas alemanes, nórdicos sobre todo, han puesto sus ojos y su dinero en hacerse con buena parte de esta zona. Santa Catalina, junto a Canamunt, son el ejemplo más claro de este éxodo llamado gentrificación.

Hay excepciones como el caso de Marga Carbonell Estrades, cuyos padres le legaron el Antic Forn Can Trías, "pensando en su futuro" y por el que recibió "ofertas casi irresistibles" tanto de venta como de alquiler.

Ella sí renunció: "Santa Catalina se está convirtiendo en zona turística. Yo no soy turistofóbica pero no quiero especulación. Nos están sacando del barrio".

Con todo, la heredera del antiguo horno también ha recibido ofertas de una importante cadena de cafeterías española que también rechazó.

"Me he criado aquí. Mi padre nació en esta casa. Yo he aprendido a hacer ensaimadas, pan... en este horno. ¿Cómo voy a venderlo para que hagan un restaurante, o un bar, si además vivo al lado?".

La pregunta ha tenido una respuesta inesperada. Una fórmula nueva en Palma, el llamado 'alquiler solidario' en un "espacio híbrido".

Lo explica Sonia Bové, propietaria de Inprogress, e inquilina en una parte de la antigua panadería que en total suma 250 metros cuadrados, que va a compartir junto a la diseñadora textil María José Orell (Madein meri) y con el diseñador de jardines Salva Cañís (Verdsatile).

"El alquiler solidario se da donde dos, tres o más emprendedores comparten espacio, proyecto en común y se responsabilizan del pago total al propietario si uno falla. Es la diferencia con el alquiler de un local compartido mancomunado (que como individuo no te haces responsable del alquiler de tu compañero si no paga)".

Reflexiona en voz alta Sonia: "Es un cambio de valores y mentalidad, llámalo economía colaborativa, donde profesionales se unen en un espacio-proyecto en común con la misma filosofía, en nuestro caso la sostenibilidad, para unir esfuerzos, compartir gastos, compartir clientes".

Sonríen felices Marga Carbonell y su madre Teresa Estrades al escucharla. Ésta con más motivo: "Dejé el horno diez años atrás por un cáncer del que ahora me acaban de dar el alta; ¡estamos de celebración por partida doble!".

De la panadería abierta en 1931 aún se ve la fecha escrita en el techo, donde los padres de Tolo Carbonell perfumaron parte de Santa Catalina con las harinas horneadas desde finales de los años 50 hasta que el hijo y su mujer, Teresa, acabaron comprándolo en 1985, la vida de tres generaciones sigue el vínculo. No será el pan que les ligue pero sí la misma sustancia: las ganas de "hacer barrio". Hay fórmulas para "hacer comunidad".