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Palma a Palma

Garzas

Garzas

Uno suele mirar el cielo de Ciutat con frecuencia. Tenemos la invencible tentación de estar solo pendientes del nivel del suelo. De las tiendas, los paseantes, los coches, la vida cotidiana. Pero por encima nuestro el cielo tiene sus propios espectáculos, que muchas veces ignoramos.

Oteando hacia lo alto, se contempla frecuentemente la figura quebrada de la gaviota. O las palomas, con sus formas redondeadas. En su tiempo, los vencejos. Pero de vez en cuando, adviertes una silueta bien diferente. Blanca y como en forma de "zeta". Son las garzas, que en busca de humedales también frecuentan algunos rincones del puerto o los torrentes.

Tal vez sea por lo ocasional de su presencia, pero esta figura del "agró" me despierta mucha curiosidad. Son unas aves muy elegantes y parsimoniosas. Llevan un fino plumero, y caminan con un paso de lo más característico. Moviendo un pico largo y fino.

Las garzas siempre me evocan el antiguo Egipto. Cuando diviso uno de esos ejemplares por la desembocadura de la Riera, me siento trasladado de repente a la tierra de los faraones. Entre pirámides, papiros y trabajadores acarreando grandes bloques de piedra.

Las garzas te contemplan realmente con un ojo un poco faraónico. Como si supiesen todos los secretos de la existencia y sintiesen una especie de conmiseración hacia ti. Un miserable peatón que se queda mirándolas.

Sus movimientos suelen ser lentos, excepto cuando lanza su afilado pico a la busca de una presa. Pero ni siquiera en ese momento pierden esa pomposidad tan característica. Caminan en medio de ese paisaje periurbano con la misma naturalidad que lo harían por el delta del Nilo. Sin las miradas aviesas de las gaviotas ni sus gritos destemplados, sin el revoloteo un poco ordinario de las palomas. Sin la picardía de los gorriones. Altivas, serenas.

Caminen, pesquen o vuelven, las garzas son semidioses. Vienen de un mundo antiguo. Y parecen seguir viviendo en él.

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