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El barman

El barman

Uno es amante de bares y cafés. Pero siempre he envidiado la categoría de algunos periodistas, como fue el caso de Andrés Ferret, que fueron capaces de hacer literatura con su paso por bares y coctelerías. Llegando a elaborar una compleja y fascinante teoría del barman.

Mi experiencia es bastante más modesta. Y se basa sobre todo en bares sencillos, de barrio. Donde los camareros son amables y familiares. Pero nada tiene esa cierta pompa, esa majestad del barman.

Sin embargo, también he conocido algunos casos. Uno de ellos, Pepe, está a punto de jubilarse. Después de mucho tiem-po en una conocida entidad social de la ciudad. Cuando lo conocí me di cuenta de lo poco que sabía de bármanes. Y recordé algunas observaciones y reflexiones de Ferret. Siempre tan certero.

El barman tiene una cierta categoría de demiurgo. Es el amo de un espacio generalmente muy cerrado. Con sus muebles de madera, sus botellas, sus copas. El domina ese escenario no solo físicamente, sino sobre todo moralmente.

Porque el barman acaba por convertirse en un psicoanalista. De tanto observar en silencio. De tanto escuchar. De tanto servir con media sonrisa. Su virtud de discreción lo convierte fácilmente en un confidente. Y ese es probablemente su secreto.

Con su porte elegante, su conocimiento de la clientela, sus pequeños trucos profesionales de servir la aceituna a quien le gusta o el cacahuete a quien lo está deseando. El barman a la antigua es una especie de pilar capaz de soportar las muchas horas de quienes toman copas mirando al vacío. De quienes beben un poco para olvidar. De aquellos que cumplen con rituales diarios. De los que están tristes o los que están alegres.

El barman conoce los secretos de los combinados y las bebidas explosivas. Sabe dosificarlos sabiamente según las necesidades del cliente. Se adapta a él. Se comunica aunque no diga ni una palabra.

Por eso son unos personajes tan literarios. Por eso aparecen referenciados en muchos escritores amantes de las copas y de los largos momentos de ensoñación. Porque el barman a la antigua es el sacerdote de ese tiempo extraño, profundo, un poco perfumado de alcohol, de los que buscan salir por un rato de este mundo.

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