Entre camisas del mejor hilo, al lado de zapatos Crocket B. Jones, se ve una máquina de coser que dio forma a cientos de trajes a medida salidos de las manos de Bernardo Campins que en 1941 abrió una de las mejores sastrerías de Palma, y que cerrará sus puertas el 31 de enero del próximo año.

Va a ser Juan Campins quien suelte dedal y tijeras porque ya alcanza la jubilación. Al merecido jubileo del último de la sastrería B. Campins -su hermano se retiró ocho meses atrás-, la tristeza de un cierre definitivo del negocio.

"No hay relevo. Ni hijos ni sobrinos quieren continuar. Lo hemos intentado en vano; pero así es la vida", comenta sin aspavientos Juan Campins.

Sentado, sobre sus piernas unos pantalones de chaqué, al que les está arreglando los bajos, va hilvanando la historia de la sastrería.

"Mi padre aprendió con otros sastres antes de la guerra. Alcanzó un nivel muy alto, era muy exigente y tuvo una clientela muy extensa. Y aunque aquí se han vestido personas muy significadas, mi padre siempre fue muy sencillo", dice con admiración el hijo.

Él dejó los libros y siguió con las agujas. Había mucho trabajo, "se hacían mil trajes a medida al año", apunta Juan Campins, así que además de la escuela paterna, aprendió en Barcelona y en Madrid con sastres como Manuel Hervás o a la escuela del club de sastres, donde se reunía lo más selecto del oficio.

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Cierra la sastrería Campins de Palma

En su medio siglo en la sastrería no olvida, y lo cuenta deslumbrado, cuando tanto Michael Caine como Anthonny Quinn se encargaron trajes a medida mientras duró el rodaje de El mago. "¡Cuando entró Candice Bergen me impresionó su belleza; y recuerdo lo divertido que era Quinn!", sonríe Juan.

El sello de este establecimiento, que de las Avenidas, en el edificio Minaco, pasó a Jovellanos hasta desembocar en Paraires, es "tener un buen corte, saber coser, tener buenos colaboradores y tratar muy bien al cliente", enumera el sastre.

Deja la aguja porque entra un crío con su abuela. En Campins siguen vistiendo distintos integrantes de familias, aunque claro, el estilo es clásico. "Creo que hay menos elegancia ahora y que la globalización de las grandes marcas no te dan calidad, pero yo respeto todo", asegura.

Grandes ocasiones reclaman de sus artes, un traje a medida necesita entre 40-50 horas. Por él pagan entre 1.500/2.000 euros. Ahora sus clientes se sienten huérfanos. ¿Dónde iremos?, preguntan.

Aún están a tiempo de aprovechar los últimos cortes y de los descuentos. "La manera de vestir nos delata. El hombre mallorquín, en general, es elegante, lo que pasa es que el mundo ha cambiado y las pautas son distintas. ¿Quién iba a decir que se pondrían pantalones agujereados y pagarían un dineral por ellos?", ironiza.

Cuando Juan Campins cierre la sastrería, seguirá levantándose muy pronto, como siempre, solo que se irá a caminar. Habrá soltado las tijeras y el dedal.