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Incivismo galopante

Palma está llena de orines, no solo de perros sino, lo que es mucho más grave y más oloroso, de personas

La estupidez plasmada en las paredes de nuestra ciudad. Àngels Fermoselle

Cuando era pequeña en muchas paredes de Palma había la siguiente inscripción: prohibido escupir. Escupir era algo muy asqueroso y evitarlo en los espacios públicos era una cuestión de salud pública. Se logró eliminar el escupitajo, síntoma de que íbamos avanzando en civismo. Hace unos años, sin saber cómo, se perdió el avance. Parece que ahora las autoridades no lo deben considerar repugnante ni insalubre. No se ve ningún cartel, ni campaña que pretenda evitarlo. Hoy he visto escupir a cuatro personas y son miles los esputos que asfaltan nuestras aceras. Y chicles pegados. De eso también hay muchos. No sé qué porras ponen en las gomas de mascar hoy en día que hace que se queden aplastados, sin volumen y, con el tiempo, negros como el azabache además de que sea prácticamente imposible arrancarlos por mucha maquinaria que se arme.

¿Y se orinaba en las calles hace cuarenta o cincuenta años? Muy poco. Lo de los meados en el espacio público era cosa del subdesarrollo, se decía, y, por ejemplo en la India y por ese motivo, las enfermedades estaban a la orden del día minando la vida de muchos niños, nos contaban. Ahora Palma está llena de orines, no solo de perros sino, lo que es mucho más grave y más oloroso, de personas. Es igual que sean jóvenes o mayores, se ha perdido el pudor, la educación y el sentimiento de pertenencia cuando el egoísmo campa a sus anchas para evacuar aguas menores o mayores donde da la real gana. Porque es mi derecho, deben pensar.

Quienes nunca se han jugado nada para defender los derechos de la ciudadanía se creen que pueden fastidiar al resto porque es su derecho. Su derecho a escupir, a ensuciar, a mear, a pisotear, a llevar la música a todo volumen, a vaciar el cenicero con un golpecito contra el bordillo, a dejar en la calle, cuando les da la gana, todo trasto inservible que se les ocurra, porque "estoy en mi derecho, yo pago mis impuestos para que limpien"...

Todo lo descrito y muchas de las que están pensando son muestras de incivismo que destruyen el bienestar en nuestra ciudad. ¿Hace lo suficiente la administración responsable para combatirlo? No.

Siguiendo con ejemplos de incivismo -dejaré para otro día a los que invaden las aceras con artilugios asesinos-, me detendré un poquito en una de las mayores agresiones que recibe nuestra ciudad tanto hacia propiedades públicas como privadas: las malditas pintadas.

No me refiero a los pocos grafitis artísticos que hay en Palma, hablo de las pintadas basura, la estupidez plasmada en cada centímetro cuadrado de las paredes de nuestra ciudad. ¿Qué pasa por la cabeza de esos individuos o individuas que imponen su suciedad al resto de la ciudad? "Estoy en mi derecho", deben pensar. Algunos se limitan a ensuciar con rayas, manchas y pintarrajos. Otros, a modo de lienzo de puerta de aseo, escriben mensajes particulares llenos de faltas de ortografía. Muchos garabatean unas letras enormes en distintos colores y luego las firman y ponen fecha a su estropicio, son los llamados 'firmeros'. Esa gente se considera en el derecho de ensuciar, desvirtuar y agredir el espacio urbano. Nos roban la armonía, la estética y la paz de nuestro entorno, de la ciudad, de las carreteras, de edificios singulares y ahora también de nuestra costa e incluso del paisaje rural.

Pintar sobre roca o piedra viva y sobre piedra marés, que es el material de la mayoría de los edificios históricos de Palma, no tiene perdón, porque la piedra no se puede limpiar sin dañarla, hay que rascarla y eso es una pérdida irreparable.

Dicen que en París, que siempre nos lleva delantera en importación de modas, combaten las pintadas de una manera efectiva: las eliminan en cuestión de horas. De esa manera, el ego del agresor no se hincha como un globo cada vez que ve su obra durante meses o quizás años, como sucede aquí. Ese hecho, la desaparición casi inmediata de la pintada, disuade bastante de volver a hacerlas.

La inversión de esfuerzo y dinero público para eliminar, prevenir y perseguir el incivismo tiene que ser una realidad. Sin actuar, todo puede ir a peor. Habrán visto que en algunas ciudades la cosa se desmadra y la moda de pintarrajear, por ejemplo, los trenes ha derivado en violencia de sus autores. Todo llegará, si no se actúa preventivamente.

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