En Navidad, el centro se convierte en un bazar. Desde la plaza de España a la plaza Major, la de la Porta Pintada, la Rambla y Vía Roma, el paseante se vuelve a encontrar con 246 tenderetes en el que priman objetos propios de estas fechas, desde gastronomía a objetos de decoración. Tras ellos, los artesanos que en muchos casos producen lo que venden. Contacto directo con las manos artesanas de los mercadillos.

Entre los veteranos de la plaza de España, Toni Benet, quien desde su puesto de marroquinería, recuerda los más de "cien años de mi familia de feriantes". El abuelo Amadeo Benet de Barcelona llegó a Mallorca para vender cuero y juguetes que él mismo hacía. Siguieron su hijo Toni y su mujer Mercedes, los padres de Toni. "Era un niño, y ya merodeaba por las ferias. No conozco otra cosa", dice.

Está de suerte el vendedor de carteras y otros objetos de piel porque enfrente suyo habitan las hadas de Lucia Miele, la creadora de "joyitas mágicas" que este año apuesta por la apatita de Madagascar, una piedra de tonos turquesas que ella utiliza en pendientes, pulseras y anillos.

Lucía lleva diez años en la plaza de España, y siempre apuesta por "fusionar sus joyas con elementos tradicionales", como la rudraksha o lágrimas de Shiva. Este año está doblemente satisfecha porque incorpora la venta de láminas de Estuardo Álvarez, "un artistazo", y porque prosigue con sus ventas de ayuda a la ONG Fundación Akshy. "El 6 de enero toda la recaudación será benéfica", adelanta.

De las manos generosas de esta hada a los belenes tradicionales de Biel Aguiló, que desde la plaza Major, sigue con unos portales que, "por desgracia", cada vez se hacen fuera de Mallorca.

"Hace 58 años, nos poníamos con mi familia bajo los soportales de la plaza Major en una mesa de metro y media a vender los pastorcillos y otras figuras del Belén que hacía la familia. Era el belén mallorquín tradicional; también hacíamos las cuevas. ¡Ahora ya no!, lo compro hecho!", admite.

Quien sí pone las manos es Jana Wnendt, cuya marca Pipi Cucú hace referencia a la expresión argentina antigua "quedó bonito". En su primer año en este mercadillo ofrece su bisutería cerámica, además de las piedras dibujadas por su padre Axel. "Mi estilo es étnico vintage y me inspiro en las texturas de la naturaleza", indica.

Es una de las últimas en incorporarse a un mercadillo en el que los artesanos suelen repetir y en el que hay lista de espera. En la plaza de España hay algunos huecos. Cort asegura que "ya están todos cubiertos".

Al final de la Rambla se encuentra el zapatero de Selva Mateu Palou, con una selección de bota patatera y de porquera que no renuncia a la actualidad. Para algunas utiliza el astracán y patas de zorro. Cuestan 85 euros. Comparte puesto con la ropa mallorquina que confecciona su mujer Antonia Mateu, "maestra artesana", apunta él.

Enfrente, le llega la luz del maestro vidrero Joan Sunyer, que convierte las botellas de cristal en lámparas y bandejas, como si de los cristales blandos de Dalí se tratara. "Trabajaba con murano y con la crisis no me salía acuenta. Busqué un material barato", cuenta.

El frío aprieta. Los gorros de lana que vende en plaza de España Inés Crende son valor seguro. "El sello de los mercadillos es un regalo típico de Navidad a precios muy económico, y de buena calidad, artesanal".