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Palma a Palma

Watson

Watson

Paseando por los alrededores de Son Espases. Esas zonas todavía campestres. Con muretes de piedra, viejos almendros, caminos terreros. De entre unas hierbas, sale un perro. Pequeño, mestizo. Se mueve tímidamente y no se atreve a acercarse. Hasta que sale su propietario: "Watson, vine, vine".

Watson me mira con unos ojos muy grandes. Y su amo se detiene un momento para explicarnos que lo rescató de entre unas matas. "El sentia gemegar. Li havien donat una pallissa i l'havien trencat les dues potes de davant. El vaig dur al menescal i em va dir que no havia de fer comptes de anar-lo a cercar. Però es va curar i va sobreviure. I està aquí. Cercant al Sherlock".

El perro parecía entender lo que hablábamos y seguía con su mirada tímida, olisqueando las hierbas.

Entre los muchos efectos perceptivos de Internet, hay uno devastador. Las evidencias constantes de crueldad con los animales. Quedas horrorizado con las violencias gratuitas, el sadismo, la maldad que puede llegar a mostrar el hombre hacia sus compañeros animales. Seres vivos como él. Que merecen la vida y la felicidad como cualquiera de nosotros.

Vídeos horribles, noticias, denuncias. Una violencia absolutamente gratuita y psicopática. ¿Por qué? Eso mismo parecía preguntarme Watson, mientras se sentaba sobre sus cuartos traseros. Feliz de haber reencontrado la vida gracias a la generosidad de su nuevo propietario. ¿Cómo podía merecer alguien un trato así?

Hay algo incomprensible en el alma humana. Que nos hace ser capaces de las mayores monstruosidades, y al mismo tiempo nos guía hacia la ayuda y al amor hacia los animales. Ser verdugos y salvadores al mismo tiempo. Dos extremos tan opuestos en una misma naturaleza.

Miré a Watson, que se alejaba por un pequeño sendero. Al final, te entran ganas de hacer como Nietzsche. Que vio como un arriero maltrataba bestialmente a un mulo, que cayó al suelo rendido por los golpes. El filósofo se arrodilló frente a él y le pidió perdón, en nombre de la raza humana.

Pues eso mismo.

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