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Palma a Palma

Lobo y bicicletas

Lobo y bicicletas

Nada más antiguo que el dilema moral: ¿Es el hombre bueno por naturaleza y las circunstancias lo estropean? ¿O nacemos sustancialmente malos y solo nos corrigen nuestros esfuerzos? Es Rousseau contra Hobbes. El optimismo contra el pesimismo ético.

Es algo que me viene muy a menudo a la mente. Cuando voy por la calle y me encuentro con esas bicicletas atadas a un poste o una farola, que han sido despojadas de algunas de sus piezas. La mayor parte de las veces, de las ruedas. Del sillín. Incluso del manillar.

Fueron aparcadas allí provisionalmente, con la expectativa de ser reutilizadas al día siguiente. Pero cuando su propietario las fue a buscar se encontró con un cadáver, un resto, una ruina. Y a veces, desencantado o furioso, las abandonó allí. Y siguen así. Como un recordatorio permanente del "homo hominis lupus" de nuestra época.

Pocas cosas son tan fáciles y tentadoras de robar como las bicicletas. Ligeras, sugestivas. En muchos casos no se pueden subir hasta el piso. Y la gente las deja más o menos atadas. A la vista de todos los que pasan. Y, por lo visto, los ladrones de bicicletas abundan tanto que pasa poco rato antes de que ya las hayan mangado.

Esos exoesqueletos de bicicleta tienen un gran impacto visual. Porque en medio de una ciudad que suele disimular las cosas negativas o dramáticas, que decora lo cotidiano con detalles agradables para endulzar un poco la realidad, ellas representan un alegato descarnado.

Pasa el tiempo, y lo que resta de la bici se oxida, se estropea. Resulta ya difícilmente aprovechable. Los perros levantan la pata en ellas. Algunos niños las fuerzan y dan patadas. Y la bici expoliada se mueve en el margen que le deja su inútil cadena de cierre. Como si realmente le dolieran en el alma todas esas perversidades.

Yo creo que si Rousseau hubiera tenido bicicleta, difícilmente hubiera podido defender que todo el mundo es bueno.

El hombre no solo es un lobo para el hombre. También para las bicis aparcadas.

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