"En 33 años, solo he visto llover en Tots Sants en dos ocasiones", relató ayer una señora a unos amigos, minutos antes de depositar sus flores en la tumba de sus familiares en el cementerio de Palma. El pronóstico se cumplió: el camposanto se convirtió en un inmenso mar de lágrimas de lluvia, lo que no hizo mermar las ganas de rendir homenaje a los muertos como manda la tradición.

"Van llegando de manera escalonada. No ha habido problemas de tráfico", indicó un agente de la Policía Local. A las 10 de la mañana, eran muy pocos los que se acercaron al camposanto. Aún no llovía pero una hora después sí. No importó. Son Tril·lo se fue llenando de gladiolos, margaritas, crisantemos, las flores habituales que los vivos llevan a las tumbas de sus difuntos, muchas de ellas ya engalanadas los días previos, pese a que desde la Funeraria comentaban que "este año, la celebración está siendo más complicada por el mal tiempo". Por ello, Cort decidió alargar hasta el fin de semana el dispositivo "para que todo aquel que no haya podido venir estos días, lo haga días este sábado y domingo", informó Antònia Martín, concejala de Sanitat y Consum.

La corporación municipal, con el alcalde Antoni Noguera al frente, rindió homenaje a "los funcionarios, policías y bomberos, que han contribuido a hacer la ciudad más amable", dijo.

El cello de Miquel Àngel Aguiló interpretó Suites de Bach y acompañó el homenaje en la plaza del Record, donde la corporación depositó una corona de flores bajo la cruz a la memoria de todos los difuntos que están en el cementerio. Poco después, se dirigió al Mur de la Memòria para tributar a los caídos en la dictadura.

"Este año ha sido muy significativo porque hemos recuperado en Palma los restos de las víctimas del fascismo", expresó Noguera.

Los cementerios son libros de historia, pequeñas lecciones de filosofía. En las estelas funerarias siempre se dibujaron o escribieron no solo los atributos del muerto y su linaje sino pensamientos, versos. Literatura.

"Un padrenuestro por mí, por Dios te lo pido, hermano, porque tú tarde o temprano vendrás de seguro aquí. Lo que tú eres yo fui, lo que yo soy lo serás tú también. Te alegrarás que te lo recen a ti", se lee en una pequeña lápida, rodeada de gladiolos en la plaza del Record.

Es una más de las muchas que hay, sobre todo, en la parte vieja del camposanto que ha iniciado las obras de remodelación para hacer sitio a más sepulturas.

Un cementerio es también la memoria de una ciudad, y el de Palma se abre a nuevas culturas que se asientan. Por la mañana, un pequeño grupo de residentes chinos aguardaba completar el grupo. Lu Xi reía junto a sus amigos. Explicaba en un castellano de colegio que "es la tercera vez que vengo al cementerio; juego cerca, en el Parc de sa Riera, y vengo aquí". Sin embargo, guardó silencio y se sumó a la oración, un padrenuestro, un avemaría y un gloria antes de ir a ver las tumbas de algún familiar.

"Hay una comunidad china católica muy asentada, y en su tercera generación se están incorporando las tradiciones de aquí", indicó Jordi Vilà, gerente de la Funeraria Municipal.

Pese a la disposición de un autobús lanzadera que une el centro con el cementerio, fue poco utilizado. La mayoría acudió a pie. No hubo apenas retenciones importantes. Tan solo en el Camí de ca L'Ardiaca se produjeron algunas, lo que fue aprovechado para adquirir boletos de próximos sorteos que un vendedor ofertaba colgados de su pechera. La fortuna, la otra cara de la muerte.