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El poder de nombrar

El poder de nombrar

Nos enteramos por el libro del Génesis de que quien tiene el poder, pone nombre a las cosas.

Por eso cuando Matas gobernaba y gastaba a mansalva nuestro dinero, nombró, a su criterio y entre otras cosas, un velódromo y una estación.

Para el velódromo, del que no se completó su magnífico proyecto y del que lo que se hizo, se hizo mal, seleccionó un nombre a imagen y semejanza de algunos espectaculares estadios deportivos europeos. Palma Arena, le llamó. Quería parecer un gobernante de talla internacional y ya se veía entregando copas y vitoreado, supongo. Cuando se gobierna con ínfulas, se nombra con ínfulas.

Para la estación eligió un nombre altisonante. Estación Intermodal, le puso. - ¡Atención, atención, que somos intermodales! - parece que vociferamos desde la Plaza de España. Para Matas ser intermodales era ser modernos, actuales, estar a un nivel superior. Hoy no me extenderé sobre las desventuras que conllevaron las obras de esa estación, sólo hablo del nombre. Un nombre horroroso.

Los nombres, además, tienen el poder de recordar a quien los impuso y eso, a estas alturas, después de once años y con los robos, engaños y trampas descubiertas, ya molestaba. Así que al fin, hace poquito, se decidió con acierto cambiar el nombre del velódromo por uno simplemente descriptivo: Velòdrom Illes Balears.

Ahora queda el de la estación. Durante más de ciento cuarenta años se llamó Estació de Palma. ¿Piensan recuperarlo? Ni idea. Solo les puedo decir que en el primer fotomontaje que vi de la bonita pero aparatosa cubierta de las escaleras de la estación, estaba dibujada en letras enormes y en el suelo la palabra INTERMODAL. Eso me alarmó tanto como el volumen de la cubierta y así lo expresé a los responsables políticos, proponiendo la recuperación del nombre original, como estación de término e inicio. Lo cierto es que en el suelo ahora no hay nada escrito. Pero no podemos cantar victoria.

Siguiendo con los nombre. Se habla mucho de la necesidad de hacer visibles a las mujeres en la historia, en la política, en la sociedad en general. Es por eso que sorprende que se decidiera hace más de un año, borrar a Pilar Juncosa del nombre oficial de la Fundació Pilar i Joan Miró. Fue una medida que pasó un tanto desapercibida, para mí desde luego porque me he enterado prácticamente un año después. Ahora se llama Miró Mallorca Fundació. La intención es facilitar a las personas de habla inglesa su búsqueda por Internet, pero a cambio borramos a una mujer del nombre de una Fundación por la que ella, de manera extremadamente generosa, luchó. Una lástima.

Pero vayamos de lo público a lo privado y sigamos con las mujeres. Decía antes que los nombres tienen la facultad de evocar a quien los impuso. Eso me lleva a recordar que el orden de los apellidos que heredamos de nuestros progenitores, simboliza una manera más de relegar primero y luego barrer a las mujeres de la historia, incluso en el recuerdo íntimo y familiar. Tengo cuatro nietos y ninguno lleva ya mis apellidos, igual que yo no llevo los de mis abuelas ni sus predecesoras. Hace tiempo que digo que si queremos hacer visibles a las mujeres una de las cosas que deberíamos cambiar, por norma, es el orden de los apellidos de las futuras generaciones. Desde hace poco es opcional y prácticamente nadie lo hace. Estaría bien, después de siglos, cambiar el ritmo y por una vez hacer valer, con nuestro apellido, uno de los pocos poderes que siempre hemos tenido sólo las mujeres, el de llevar a las criaturas en nuestro seno y dar a luz. Suena revolucionario, y lo es.

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