El toldo se balancea. En su rótulo se lee Bar Molinar pero todos en el barrio saben que es Can Pep, un café abierto en 1898 aunque su identidad se debe a Pep Mesquida, un payés que dejó el huerto de sant Jordi para irse al barrio de pescadores, y regentar el local desde 1958. Ahí estuvo hasta que su hija Juanita le sucedió. Ahora es el turno de su nieta, Verónica Bonet Mesquida, un relevo inimaginable. Así lo cuenta ella.

"Soy pedagoga. Al acabar me fui a Londres a probar suerte. Me gustó. Pensé que no volvería a Palma. Mi madrina Juanita se retiró en diciembre del año pasado y toda la familia me decía que era una pena no continuar en el bar del abuelo. Empecé a pensarlo y me dije: ¡Probaré! ¡Es el meu Molinar. Todos somos de aquí. Somos marineros!", enumera con emoción contenida.

Al abuelo le pilló por sorpresa "porque sabe que llevar un bar es muy sacrificado; y que su nieta, que tiene estudios, se dedicase a eso...; pero luego le pareció buena idea", narra Verónica.

Ahora Verónica es saludada por clientes de siempre, los amigos que aún quedan de Pep y que cada mañana se acercan al bar, y por los nuevos que atraídos por la pujanza de la zona buscan historias del pasado. Todo muy vintage.

"Con el cambio, los clientes de toda la vida estaban asustados. Mi abuelo es muy querido en el barrio. Se granjeó fama vendiendo gamba, y ahora a las 7 de la mañana, se acercan los pescadores de siempre. Todos me preguntan por Pep", agradece Verónica.

Pep se dejó la vida en el bar Molinar. "Mi abuelo dormía aquí. El horario era de 5 de la mañana hasta las 3. A veces se dormía de pie. Al principio, regentaron el bar él y mi abuela, pero ella murió pronto, y él se quedó con sus dos hijas pequeñas. Era un personaje brutal. ¡Fue el primero que puso televisión en color. Los niños del barrio vieron Tarzán en el bar. Yo le recuerdo haciendo bromas", sonríe con visible orgullo.

Ella, ayudada por su familia, de la que hay que mencionar un detalle importante, los hermanos Bonet se casaron con las hermanas Mesquida, las hijas de can Pep, le ha dado nuevo aire al bar.

Ha recuperado el mobiliario del abuelo, ha iluminado con bombillas cálidas, ha pintado de verde las persianas, ha dispuesto distintos rincones como el literario, un lugar de lecturas con iniciativas como la pesca de palabras. "Se está dando un ambientillo chulo", asegura.

Ha ampliado el horario, aunque por el momento no ofrece cenas; pa amb oli sí, hasta las 15 horas. Apuesta por el producto local, llonguet, coca de cuarto, laccao, bombón de Campos, ginebras mallorquinas y la cerveza Blanca hecha en la isla.

Ofertas de extranjeros

Encima del bar está la propiedad del dueño de los chocolates Lindt. Hace años le hizo una oferta "millonaria" a Juanita pero ella se negó a vender el bar que con tanto trabajo sacaron adelante sus padres y después ella.

Las peticiones de venta, incluso del alquiler, han descendido. "He sido muy clara desde el principio. No nos interesa vender; otra cosa es contar con un socio más adelante. Solo accedería si encuentro a la persona adecuada que me inspirase confianza. En el bar hay una ligazón sentimental enorme", recuerda su nieta.

Can Pep es un alivio en un barrio en transformación a golpe de piqueta, de compra ventas millonarias. El Molinar está de moda entre los extranjeros, los únicos que pueden pagar muchos miles de euros, para hacer de aquella casita de pescador, un loft con grandes ventanales que poco tienen que ver con su fisonomía.

Verónica es el relevo del abuelo. Él, con sus 95 años, desde la residencia donde vive, queda en paz. El negocio sigue adelante.