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La vida secreta de las pinzas

La vida secreta de las pinzas

Después de la rueda, las pinzas deben de ser uno de los inventos definitivos de la Humanidad. Tienen la grandeza de lo humilde, olvidado, poco valorado. Pero ahí están, ofreciendo un sinfín de usos. Acompañándonos con su perfil de pequeño cocodrilo. Sus dos ojos y su sonrisa fruncida.

La gente tiene la absurda idea de que las pinzas solo sirven para tender la ropa. Cuando, en realidad, el catálogo de utilidades de estos pequeños y baratos utensilios, resulta casi infinita. Se puede vivir con muchas cosas. Pero difícilmente sin pinzas.

Las pinzas te ayudan a la hora de ajustar una cortina, recortando los faldones. Te sirven para colgar un visillo provisionalmente. Fijan los objetos que acabamos de pegar con pegamento. Se pueden colocar como tope. O para calzar un mueble que se tambalea. Dan peso a algo que no queremos que se agite. Nos clasifican los papeles o facturas. Se juntan unas con otras para conseguir una especie de pisapapeles. Y cuando era niño, los más hábiles eran capaces incluso de fabricar "pistolas" de pinzas.

Pero, además, las pinzas son extremadamente antrópicas. Tienen su personalidad. Las más modernas, sobre todo las de plástico, resultan rompedizas y flojorras. Sus alas se terminan por quebrar al menor esfuerzo. Y el efecto de la intemperie las deteriora muy rápidamente.

Pero las pinzas de siempre, las de madera, son casi indestructibles. Nuevas, su madera es clara y limpia. Pero a medida que envejecen se va oscureciendo, hasta adquirir unos tonos auténticamente venerables.

Algunas pinzas se heredan de generación en generación. Y no sé por qué veneramos tanto las vajillas o las cuberterías de la abuela, y no sus pinzas de tender. Ancianas y fuertotas. Tan dignas como cualquier otro objeto. O más, porque han soportado la colada de varias generaciones.

Las pinzas a veces tienen prontos repentinos. Hacen "clack" y se sueltan del tendedero. Como por capricho. Caen con un pequeño estrépito. De un modo algo juguetón. Como los cachorros cuando te provocan para que les cojas.

Porque las pinzas tienen su vida secreta. Su alma de muelle y pasador. Y nos demuestran la importancia de las cosas pequeñas. A las que casi nunca damos importancia.

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