Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Los chuetas

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Un recuerdo para los 'xuetes' en Gomila

El domingo pasado fue un día histórico. Tras 327 años de ominoso silencio, Palma, con la intercesión de los vecinos de El Terreno, inauguraba en el corazón de la plaza Gomila una bella placa de bronce que reza: " La ciutat de Palma a la memòria dels 37 xuetes executats en aquest lloc el 1691 per raó de les seves creences. Palma 2018"; y en hebreo aparece la oración judía Shema: "Escucha, Israel. El Señor, nuestro Dios, el Señor, es Uno".

Los chuetas son los descendientes de aquellos conversos judíos que, a pesar de haberse convertido al cristianismo, perseveraron en la intimidad y a escondidas en la práctica de la religión judía hasta finales del siglo XVII. En 1691, en la plaza Gomila, ardieron por última vez las hogueras inquisitoriales en las que fueron abrasadas las 37 personas acusadas por practicar el judaísmo. Tras estas ejecuciones, los chuetas supervivientes y sus descendientes sufrieron la opresión y el repudio de la gran mayoría de mallorquines hasta bien entrado el siglo XX. Todavía hoy los isleños más mayores entienden de lo que hablo y muchos de ellos han sido testigos de aquella actitud deleznable.

Pasados aquellos tiempos, uno se pregunta: ¿A qué hechos respondía ese antichuetismo?, ¿a una cuestión de fanatismo religioso?, ¿o no era más que otra muestra de antisemitismo europeo?, ¿o quizás hubo unas razones peculiares de la isla? No son pocos los estudios que se han publicado intentando responder a esta pregunta. En mi opinión, una de las respuestas más certeras la dio el historiador y editor Lleonard Muntaner en su minucioso estudio preliminar a la reedición del libro La Fe Triunfante, en cuatro Autos, celebrados en Mallorca por el Santo Oficio de la Inquisición en que han salido 88 reos, y de 37 relajados [ejecutados] solo hubo tres pertinaces, obra del jesuíta gerundense Francisco Garau y publicada por primera vez el mismo año que sucedieron esos autos„o juicios„ de fe, en 1691. Este libro, uno de los más difundidos y polémicos de la historia de Mallorca, fue el principal culpable de que, generación tras generación, se propagasen las ignominias contra los chuetas.

En la Edad Media, hubo en Mallorca comunidades judías. Tras varios episodios de expropiaciones, ataques, asesinatos y salidas furtivas de la isla, en 1435 todos los judíos fueron obligados a convertirse al catolicismo, debido a unas causas que nunca se han resuelto del todo. La nobleza mallorquina, en un acto de "caridad cristiana", quiso dar sus apellidos a muchos de los judíos que se convirtieron. El propio Garau lo recordaba en su Fe Triunfante: "Así en la Seo como en la parroquia de Santa Eulalia se bautizaron aquel propio día más de doscientas personas, preciándose la mayor nobleza de la Ciudad de ser en aquel Santo Sacramento sus Padrinos, y honrar con sus nombres y renombres [es decir, apellidos] a sus ahijados [es decir, los judíos convertidos al catolicismo]".

Muchos de estos conversos, a través de casamientos con cristianos, se fueron mezclando entre el grueso de la población cristiana. Por lo tanto, en poco más de tres generaciones sus orígenes judíos fueron olvidados. Otros de los convertidos, en cambio, continuaron siendo judíos y aprendieron a disimular su fe entre los cristianos. En las iglesias, a los ojos de todo el mundo, hacían ver que eran grandes devotos de la religión cristiana; pero en sus hogares continuaban viviendo y rezando como antiguamente.

Solo se casaban entre sí, entre los fieles al judaísmo, y vivían agrupados en el barrio que antaño había sido el Call menor (barrio judío). Ahí tenemos el origen de este grupo: los chuetas. Ese comportamiento, el de la práctica del criptojudaismo, fue a veces conocido, a veces sospechado, por la Inquisición. De nuevo recurro al padre Garau: "nunca pudo cesar la Inquisición sobre su obstinación y perfidia [de esos judíos conversos], relajando en varias ocasiones a muchos relapsos o pertinaces al brazo seglar para ser quemados vivos y muchísimos expuestos a la vergüenza".

Según otro gran estudioso del tema, Francesc Riera, en el siglo XVI y primeras décadas del XVII, la actividad de la Inquisición con los chuetas fue más bien baja. Pero a mediados del XVII la cosa cambió. Los chuetas constituían una comunidad floreciente de unas 200 familias, todas emparentadas entre sí. Bastaba con echar un vistazo al libro de matrimonios de la parroquia de Santa Eulalia y observar la endogamia practicada durante años. La persecución a los chuetas se inició debido básicamente a dos causas. La primera fue por cuestiones religiosas. Los chuetas eran una comunidad incómoda para la Iglesia. Parece ser que en esa época esta comunidad vio aumentado su celo religioso.

La segunda causa, y aquí la aportación de Lleonard Muntaner, sería el auge económico que tuvieron algunas familias chuetas, lo que ocasionó el recelo de la nobleza local: "Las clases dominantes mallorquinas tomaron conciencia de que los chuetas representaban un auténtico peligro, tanto a niveles económicos como de prestigio y poder, en el sentido en que los nuevos tiempos y las circunstancias los favorecían, acercándolos a cargos y honores que hasta entonces sólo habían sido patrimonio de nuestros 'botifarres'".

Esta situación explica la persecución y juicios a los que fueron sometidos durante las últimas décadas del siglo XVII. Se empezó con la confiscación de bienes y la imposición de los sambenitos, que eran un hábito penitencial que estaban obligados a vestir los condenados por la Inquisición durante el tiempo de la reconciliación y la cárcel. Cuando se imponía el sambenito al condenado se le hacía montar, mirando al revés, sobre un burro y se les paseaba por Palma, muchas veces recibiendo azotes durante el recorrido, para ridiculizarlo en unas calles repletas de gente que se divertía con la tortura. Luego unos cuadros al óleo, en los que se representaban las imágenes del condenado con el sambenito con su nombre y apellido, se exponían perpetuamente en el claustro del convento de Santo Domingo, padeciendo sus descendientes el escarnio durante generaciones. También hubo inhabilitaciones, que sufrieron los condenados y sus descendientes, y que consistían en prohibir el uso de vestidos de seda y joyas, llevar armas, ir a caballo con monturas lujosas? todo ello teniendo "como finalidad excluirlos de una gran parte de las actividades económicas que habían controlado".

Pese a estas vejaciones, las prácticas judaicas no cesaron y por tanto la represión inquisitorial fue aumentado. Las consecuencias fueron los tristes acontecimientos de 1691 en que se celebraron cuatro juicios en los que se castigaron con sambenitos e inhabilitaciones a 22 chuetas y otros 37 fueron condenados a muerte: tres de ellos quemados vivos y el resto murió a garrote vil para luego ser incinerados. Las ejecuciones tuvieron lugar en la plaza Gomila ante numeroso público venido de muchos lugares de la isla.

El padre Garau escribió una crónica sobre estos hechos y la Universidad de la Ciudad y Reino de Mallorca encargó y pagó la edición del libro con la intención de perpetuar las condenas. En 1755 se imprimieron 500 ejemplares más para mantener vivo el antichuetismo. Consiguieron los objetivos pues esta calamidad se perpetuó hasta el siglo XX. Ahora Cort ha reivindicado el derecho a las libertades, en este caso, las de los mallorquines más antiguos: los chuetas.

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