El creador de Ábaco lo imaginó como "una puesta en escena de una magnífica ópera", donde los clientes son figurantes de la obra mientras escuchan de fondo arias de renombrados compositores. También decía que atravesar la robusta puerta del bar de la calle Sant Joan, en la Llotja, es viajar a otra época. "No se sabe muy bien si estás en un decorado para una película de Visconti, has pasado por el túnel del tiempo o es un sueño", comparaba. Así se sienten quienes visitan el barroco local para tomar uno de los cócteles o zumos marca de la casa y admirar el lugar, que permanece intacto desde que fue abierto hace casi cuatro décadas.

Los clientes siguen disfrutando de un sueño hecho realidad, pero sus propietarios están viviendo una pesadilla. "Nos echan para abrir otro hotel. Tendremos que cerrar en diciembre de 2019", se entristece Sebastián Lloret, socio del Ábaco con Salvador Palao, quien ideó la estética debido a su formación en Bellas Artes. Juan José Palao, su hermano y contable del establecimiento, explica que están de alquiler "con una renta antigua que fue actualizada y que finaliza el próximo año". Cuenta que han hecho "todo lo posible para renovar el contrato", pero los dueños del inmueble del siglo XVIII han llegado a un acuerdo millonario con un hotelero.

"Si no ocurre un milagro", como espera Palao, el casal Can Marcel convertirá las estancias originales en habitaciones para los turistas. La planta superior acoge el salón, el comedor y la cocina como si el tiempo se hubiese detenido; y el gran zaguán de la entrada, que antaño eran las caballerizas, está lleno de frutas y flores naturales entre las mesas, sillas y sofás en los que son servidas las bebidas. La bien conservada construcción, que "perteneció a una familia de comerciantes de tejidos de origen francés", se halla protegida por el catálogo de edificios de interés histórico, artístico, arquitectónico y paisajístico de la ciudad "por su valor tipológico y espacial".

Tres hoteles al lado

Sin embargo, el inmueble está exento de la reciente limitación de alojamientos turísticos en el casco antiguo, debido a que se trata de un casal, por lo que se convertirá en el cuarto hotel en menos de 50 metros a la redonda, ya que en la calle Montenegro está el Puro, en la esquina de San Joan con Jaume Ferrer se encuentra el BO y en la calle Apuntadors, el Tres, cuyas habitaciones tienen vistas al patio del Ábaco. Además, en la zona hay varios hostales y a finales de año se abrirá el lujoso Can Bordoy frente a la histórica panadería del Forn de la Glòria.

"Todos los clientes que traen a familiares o amigos y presumen de descubrirles el lugar tendrán que enseñarles ahora otro hotel", dice irónico Palao. Según Lloret, "es una barbaridad sustituir este sitio irrepetible, un símbolo del turismo, por un establecimiento más de los cientos que hay en la ciudad". Ambos recuerdan que "muchos visitantes y residentes repiten con sus hijos y les dicen: 'yo estuve aquí por primera vez con los abuelos cuando era niño', o cuentan que su primera cita fue en el Ábaco". El emblemático local no ha sido incluido por Cort en el catálogo municipal de establecimientos históricos porque tiene menos de 40 años (fue abierto en 1981), aunque "cuando quieren hacer las visitas a los patios tradicionales siempre muestran este casal. Nosotros lo abrimos encantados, por lo que sabe mal que ahora no se hayan acordado del establecimiento", lamentan.

Ante la posibilidad de trasladar el negocio a otro lugar, afirman que es casi imposible. "Nos pilla en una edad avanzada", dice Lloret, y "no es un sitio que se pueda repetir con facilidad", añade Palao. "Hallar uno con este aspecto, ambiente, proporciones arquitectónicas y en una zona de Palma con restaurantes, rehabilitada y céntrica es muy difícil", enumera. El Ábaco ha sido la vida de los hermanos Palao y Lloret. Los primeros en atisbar el éxito de un edificio que estaba abandonado en la degradada Llotja de los años 80 -Salvador y Pedro- alquilaron el inmueble casi entero en lugar de solo la planta baja debido a que nadie más se interesó por el casal.

"Cuando, buscando un local, miraron a través del agujero de la cerradura y vislumbraron el zaguán, decidieron que era aquí donde querían cumplir su sueño", relata Juan José. Vieron hierbajos de un metro de altura y se imaginaron el escenario de una espléndida ópera. Salvador Palao también se fijó en las numerosas columnas y, por sus conocimientos en Arte, pensó en el nombre de Ábaco porque "es la pieza arquitectónica al final de la columna".

Apostaron por la Llotja pese a que los vecinos les decían que era un desastre y, aunque confiaban en su original idea, "no pensaron que tendría tanto éxito". Los hermanos de los impulsores del reconocido establecimiento cogieron el relevo hace años con la intención de continuar con el legado familiar y nunca creyeron que el negocio tendría que cerrar por motivos ajenos a ellos. Ábaco puso las bases para el impulso del barrio y ahora lo echan para abrir otro hotel boutique.