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Palma a Palma

Tiempo de melones

Tiempo de melones

Estamos en la estación del melón. Este suculento fruto forma parte del imaginario del verano. Esos momentos de canícula, a la sombra. Escuchando el zumbido de las moscas y el violineo de las cigarras. Mientras se parten unas rodajas de melón. Y se degustan, entre sonidos guturales. El sol al fondo. El día largo, casi interminable.

Las fruterías y puestos del mercado ofrecen montones de melones. Pero la presencia de este fruto me despierta también recuerdos primigenios, de infancia. Cuando por estas fechas, los meloneros se instalaban en plena calle. Los veías bajo un toldo sumario. Rodeados por montañas de melones.

Una de las primeras habilidades que admiré de mi padre fue la de escoger un melón. Se pasaba un buen rato. Primero los miraba con mucha atención. Luego los iba calibrando al peso.

A continuación presionaba suavemente sus dos extremos. Para asegurarse de que la maduración estaba en su punto. Y la prueba final consistía en olerlos con mucha atención. Varias veces. Como quien prueba un perfume.

Yo, en mi inocencia de niño, creía que los mejores melones eran los más bonitos. Por eso me sorprendía siempre que mi padre escogiera los feos, los más sospechosos. Que a la postre resultaban los mejores.

También recuerdo la costumbre de tallar una especie de pequeña muestra. Casi quirúrgica. Un triángulo melonero que servía para comprobar si el fruto estaba o no en su punto.

Es algo que hace mucho tiempo que no he vuelto a ver. Aunque quizás se siga haciendo. Porque el melón quedaba luego con un agujero extraño. Como si fuera el ojo de un cíclope.

Lo que tiene el melón es una total sinestesia. Una correspondencia casi absoluta de colores, gustos, olores, tactos... Dice el refrán que "es oro por las mañanas, plata al mediodía y plomo por la noche". Pero aparte de sus virtudes digestivas, el melón posee esa función evocadora del verano. Esa ceremonia de los sentidos. Ese apego al momento breve y jugoso.

El melón es incluso filosofía. Cuando la sabiduría popular dice: "La vida es como un melón. Hay que abrirlo para saber cómo es".

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