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La vida secreta de las pinzas

La vida secreta de las pinzas

Debe de ser el invento más importante de la Humanidad después de la rueda. Pero al mismo tiempo, uno

de los más olvidados. Me refiero a las pinzas para tender la ropa. Todo el mundo las conoce y todos las utilizamos. Pero en la mayoría de los casos erróneamente. Creemos que solo sirven para extender nuestras prendas de vestir al sol. Cuando tienen muchas más aplicaciones.

Las pinzas, con su mecanismo tan sumario, solucionan muchos de los problemas que se nos plantean en la vida diaria. Por ejemplo, sustentar una cortina provisional en una ventana. Enganchar un dobladillo de tela, agrupar una serie de documentos, dar fijación a un objeto que acabamos de pegar, y así hasta el infinito. Si quieres estar preparado ante cualquier contingencia, has de tener unas cuantas pinzas a mano.

Pero es que, además, las pinzas tienen su propia magia. Su vida secreta. Para empezar, su aspecto posee un cierto carácter teriológico, semejante a un animal. Con sus ojos laterales, su morro, su boca, incluso esa especie de sonrisa del muelle. En cierta manera, cada pinza es un pequeño cocodrilo amaestrado. Que nos ayuda en las labores más domésticas.

Y no solo eso. Las pinzas poseen una existencia oculta que se manifiesta en raras ocasiones. Como, por ejemplo, cuando se repente dan un fuerte chasquido y se caen al suelo. Igual que si se acabasen de desmayar. O se rompen repentinamente, sobre todo las de plástico, en una especie de infarto de pinza. ´Clack´.

Si te fijas en ellas, las pinzas parecen quererse u odiarse según el dia. A veces se combinan bien entre ellas. O se rechazan furiosamente. También hay pinzas fuguistas, que desaparecen de repente. Y solo mucho tiempo después aparecen en un rincón impensado. Sin que sepas cómo han llegado hasta allí.

Las pinzas se mueven, hacen ruidos, parecen tener vida propia. Están reclamando que las aprovechemos para una infinidad de utilidades. Y no solo para pasarse días enteros, aburridas bajo el sol.

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