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Palma a Palma

Nostalgia del apuntador

Nostalgia del apuntador

Quien más quien menos tuvo alguna experiencia teatral en la infancia. De la mía conservo una imagen muy nítida. En el escenario, dentro de una especie de madriguera, estaba el profesor de música y teatro. Un señor bastante relamido, con sus gafas de media luna. Iluminado por una luz espectral. Leyendo en voz amortiguada cada una de las entradas.

Haciendo de apuntador.

El apuntador ha sido durante mucho tiempo una figura clave de las artes escénicas. De él dependía muchas veces el éxito de la función. Había grandes apuntadores, famosos por su rapidez y sagacidad. Pero eran siempre personajes invisibles, ausentes, borrados del estrellato. El célebre dicho: "Murió hasta el apuntador" venía a decir que por debajo de él ya no había nadie más. Que era el último de todo el elenco.

Los mecanoscritos de las obras estaban muchas veces encuadernados en papel charol. Y eran el tesoro del apuntador. No siempre los actores tenían todo el libreto. En muchas ocasiones, para ahorrar en las copias que entonces se hacían con papel carbón, el actor sólo tenía los papeles de su rol. En cambio, el director y el apuntador disfrutaban de la obra en su integridad.

El apuntador era un personaje enigmático, mágico. Estaba y no estaba en el espacio escénico. Surgía de las profundidades de las tramoyas y los almacenes, para asomarse por su ventanuco como un pequeño dioscuro. Dando pies y entradas, a veces con impaciencia y malhumor. Otras con dicción magistral. Como si el verdadero protagonista fuera él.

Las modernas tecnologías, con las pantallas y los telepronters, han dado la estocada final a los apuntadores. Como en tantas otras cosas, los aparatos han terminado por desplazar a los humanos.

Sin embargo, siempre sentiremos una cierta nostalgia por esos seres de las profundidades. Un poco feéricos e irreales. Que asomaban por las conchas como representantes de la integridad del texto y el buen hacer del espectáculo.

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