El 24 de julio Guillem Bonet i Vidal de can Marranxa cumplirá 96 años. "¡Ya veremos!" exclama con una sonrisa. Natural de s'Alqueria, ha vivido más tiempo en el barrio de sa Calatrava, que esta semana también está de fiesta. Durante cincuenta años trabajó como cocinero, jardinero y cuidador del archivo y de la biblioteca del colegio de Nuestra Senyora de la Sapiència, que fue durante décadas uno de los centros lulistas más importantes.

"El obispo Teodor Úbeda presidió la Eucaristía en la fiesta que me dedicaron", cuenta con orgullo acerca del festejo de su medio siglo en la Sapiència, en la plaza de sant Jeroni. Es uno de los personajes más queridos en el barrio de los antiguos curtidores.

Acaba de llegar de las "vacaciones" en el campamento de la Victoria en Alcúdia. Tiene buen color. "No había ido nunca a este sitio", dice. Ha sido el "niño de 96 años" que durante una semana ha estado de colonias con los jóvenes. Su hijo Salvador es el director de las mismas y para poder cumplir sus funciones, se le ocurrió llevarse al padre, con el que vive desde que se quedó viudo, cuatro años atrás; y al que cuida "con sumo cuidado; es un buen hijo", reconoce Guillem.

El nonagenario asistía al comedor con los niños como uno más. "No me molestan, aunque nadie ponía orden ni disciplina", dice con una sonrisa picaruela. Su hijo cuenta que "cuando él entraba, le hacían el paseíllo para que pudiera pasar".

De vuelta a casa, regresa a la rutina, que a él le conforta. El calor le adormece, aun así es vivaracho. No hay recetas mágicas en su longevidad: "Ganas de vivir sí tengo; y camino cada día, ayudado por mi hijo". No viven lejos, en la Porta del Mar, en una casa de alquiler que les cedieron en 1985 cuando a raíz de la reforma de Gerreria se expropiaron pisos.

En el edificio de La Sapiència, que aún conserva un valioso artesonado al que acaban de dar "un lavado de cara", apunta Salvador Bonet, hay dos bibliotecas. La más importante, la que custodió códices y estudios lulistas, fue mimada con esmero por Guillem Bonet; la otra, más pequeña, es donde junto a la ventana, en una pequeña mesa, están los papeles con los manuscritos de este hijo de payés que, sin embargo, y de forma autodidacta, veló por el patrimonio de la isla. Es autor, entre otros, del libro Crónica de mi primer viaje a Palma, de 1931 y, sobre todo, de las Espigolades y del estudio sobre mestre Jaume Obrador, el darrer cos de la Sapiència.

De ermitaño a cocinero

Guillem Boned es el mayor de cinco hermanos. Perdió a su madre cuando tenía 15 años. Su padre estaba en el campo así que él pasó a los fogones. "Guisaba habas y ya se sabe que éstas tienen su ley para prepararlas. Yo cocinaba muy payés, 'con cuatro puñados', como escribió mossén Alcover.

Recuerda, con la aceptación que te da la perspectiva de tantos años, la pérdida de un hermano. "Fue en la explosión de es Polvorí; era muy joven; una tragedia", dice para sus adentros.

Antes de convertirse en el cocinero de La Sapiència, Guillem Bonet fue ermitaño: "Tuve una idea. Sin ningún motivo cavilé que quería ser ermitaño". Estuvo en Betlem en Artà, donde le apodaron como el ermitaño Elías. Después se trasladaría al monasterio de santa Magdalena en Inca. De allí procede la anécdota que narra:

"Un grupo de turistas subieron a Santa Magdalena y cuando nos vieron que recogíamos higos que nos daban de una posesión vecina, nos preguntaron qué hacíamos con ellos. Uno de los ermitaños les contestó: 'Son nuestros butifarrones'. No comíamos carne ¡porque no había!".

Dejó la vida eremítica para convertirse en cocinero de La Sapiència. "Se habían quedado sin y como sabían que yo cocinaba, me lo ofrecieron y acepté". Sus arroces y sus sopas mallorquinas son muy celebradas. Los alumnos de este colegio lo celebraron durante años hasta que en los setenta, se quedaron sin, y el edificio del siglo XVII entró en crisis. Jaume Santandreu creó en él el albergue de transeúntes, porque no era de recibo ni respondía a la caridad cristiana tener vacía la enorme casa y gente sin techo.

"Llegó a haber cientos de personas que no tenían donde ir y venían aquí. Estaban tumbados en el suelo. Les dábamos comida y techo", recuerda. Poco después se trasladarían a Can Pere Antoni.

Antes de eso, Guillem Bonet conoció en Inca a María del Carmen Fernández Quevedo, de can Blancos. "Cortejamos dos años y en 1962 nos casamos". Un año después nació el único hijo, Salvador.

"Yo era un niño y vivir en esta casa enorme, en La Sapiència, me encantaba", cuenta el hijo que ahora es el apoyo de un padre que a sus casi 96 años sigue yendo a diario a la plaza de sant Jeroni, donde accede al patio de La Sapiència, mira la estatua del patio dedicada a Ramon Llull, y en la mañana de este verano de 2018 agradece estar vivo. "Nunca lo hubiera pensado".

Agradece que "Palma. En contraposición, lamenta algunos " nyarros como el nyarrospalacio de Congresos.