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Puertas automáticas

Puertas automáticas

D esde niños nos fascina el ensalmo de "Ábrete Sésamo". Debe de ser un instinto profundamente humano. Modificar la realidad al imperio de la voz. Algo así como el "Google ok" pero con más poder. Las cosas que se activan sin que tengamos que intervenir mecánicamente nos parecen casi sobrenaturales. Y eso es lo que ocurre, por ejemplo, con las puertas automáticas.

Hace años, ese tipo de sistemas era relativamente raro. La gente se sorprendía de que una puerta se abriera y cerrara por sí sola. Accionada solo por un sensor.

Hoy en día, resulta algo generalizado. Incluso, cuando circulas por determinadas avenidas comerciales te sientes como un artista de cine. Porque las puertas de los comercios se abren y cierran solas a tu paso. ¡Qué poder!, piensas. Aunque seguramente los dependientes no opinen lo mismo, condenados a ese permanente abrir y cerrar sin que entre nadie.

Las puertas automáticas resumen muy bien la mentalidad de nuestra civilización. Suponen un ´plus´ de comodidad. Ya no hace falta presionar ningún pomo. Ni hacer presión alguna. El mecanismo electrónico lo hace por ti.

Pero al mismo tiempo, te preguntas: ¿tan difícil resulta abrir una puerta?

A veces te equivocas en el ángulo de entrar, y vas directo contra el cristal sin que se abra. Estás a punto de chocar contra él como un idiota. Y debes retroceder sobre tus pasos, mirar fijamente a la puerta. Como si la tuvieses que hipnotizar. Y vuelves a intentarlo. Eso, si el mecanismo no se estropea y hay que abrirla manualmente. Al final el abanico de posibles contratiempos no sabes si realmente compensa el ahorro de abrir una puerta.

Pero aparte de todo ello, las puertas automáticas nos suponen la realización de un sueño infantil. Nos dan ganas siempre de entrar y salir, entrar y salir, entrar y salir. Como si en el fondo no nos pudiésemos acabar de creer que funcionan.

Porque a veces la técnica también se adentra en el territorio de los sueños.

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