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Palma a Palma

Fruterías

Fruterías

Estamos en una época altamente pictórica. Sobre todo en las fruterías. Después del tiempo de las naranjas y las mandarinas, se produce la explosión de las frutas coloridas. Es un tiempo para pasearse entre los expositores. Aspirar profundamente. Imaginarse ese huerto invisible que todos hemos querido tener. Con sus tomates rozagantes, sus nisperales, albaricoqueros, cerezos, melocotoneros...

La plenitud de los sentidos es total. Primero por la variedad de tonos y colores. Desde los rojos cuajados, profundos. Pasando por esos amarillos germinales. Y los violetas que cuando maduran adquieren una tonalidad nubes de tormenta.

Y si solo fueran los colores.

Pero luego están los tactos. Al lado de la rugosidad de los cítricos, las cerezas por ejemplo parecen recién salidas de un cuadro flamenco. Tienen incluso esa esfericidad brillante de un espejo convexo. Reproducen los pequeños reflejos. Se aclaran y oscurecen como si fuesen una clase de geometría. No solo dan ganas de comerlas, sino también de acariciarlas.

Lo mismo ocurre con las frutas aterciopeladas. El tacto de un melocotón podría dar para todo un tratado. Esa suave ondulosidad, su firmeza un poco sedosa. Es ese tipo de percepción que despierta todo tipo de ensoñaciones. Todavía más plena cuando pelas la fruta y aparece la pulpa.

Las fruterías constituyen en estas fechas una especie de escaparate de la alegría de vivir. Una llamada a los sentidos. Una evocación al poder genesíaco de la naturaleza. Aunque nos hemos olvidado de que todas estos maravillosos frutos no nacen en las bandejas de plástico ni en los supermercados, sino en los árboles, en el campo.

Por lo que admirándolos es también como si nos trasladásemos un poco al "hortus clausus" que todos llevamos en nuestra imaginación.

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