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Palma a Palma

Vías en la calle

Vías en la calle

Muchos pensarán que mantener la vía del tren abierta, en pleno centro de Palma, es casi un atraso. El mundo moderno gusta de lo desinfectado, lo segregado y plastificado. Y eso no se corresponde con unos vagones de madera traqueteando entre el asfalto.

Pero si lo pensamos bien, deberíamos conservar esos anacronismos como oro en paño. Esos sonidos antiguos, como las campanas de las iglesias, el fragor de las hojas de los árboles, o el pitido del tren. Porque nos devuelven a un estrato intemporal de la vida ciudadana.

He de confesar que muchas veces me acerco a la salida de la estación del Tren de Sóller. Y espero pacientemente la salida del convoy. Tiene tanta majestad, suena tan "antiguo", que por unos momentos te permite imaginar que estás en una Palma "de verdad". Más lenta, más aborigen. Aunque, al final, la mayoría de los usuarios de ese tren sean precisamente turistas.

El tren por la ciudad evoca muchas cosas. Las vías son una especie de indicador de ese camino que a todos nos espera. Esa geografía lineal que nos conduce a diferentes estaciones de la vida. Uno puede imaginarse su devenir vital. De niño, en la estación de la Plaça Espanya. De adulto, en Bunyola. De mayor, bajando por las recurvas que conducen al valle y los naranjos.

El tren, como la vida, difícilmente tiene marcha atrás. Camina y nos lleva adonde nuestra predeterminación vital y genética ha marcado.

Viaductos, túneles, paisajes. Todos acabamos pasando por los mismos sitios, antes de llegar al "Terminus" final.

Es por eso que el tren en la ciudad es un elemento de filosofía y alta poesía. Por más molestias que pueda ocasionar, siempre son menores al lado de su gran significación metafórica. Su devenir eterno. Quien no comprenda el valor de ver pasar el tren hacia Sóller en plena calle es que no ha entendido todavía el ferrocarril de su propia vida.

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