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Papel usado

Papel usado

Hay momentos para dejar ciertas cosas. Llega la hora en que uno tiene que tomar la decisión de dejar de fumar. De no beber demasiadas cervezas al día. De no llevar vida sedentaria. De no hablar tanto por el móvil...

Pero estas son decisiones relativamente fáciles al lado de otras. Por ejemplo: ¿cuál es el momento para dejar de utilizar un kleenex?

Estamos en tiempo de alergias y resfriados. Tienes el tradicional pañuelo de tela, que acaba sobado y astroso. Que te introduces en el bolsillo como un hatillo arrugado. Pero finalmente, optas por los pañuelos de papel.

Pero, ¡ay amigo! No todo resulta tan fácil como uno se imagina.

El kleenex solo es práctico si se desecha después del primer uso. Algo a lo que la mayoría de nosotros, sea por conciencia no contaminante sea por simple pereza, nos solemos resistir. Lo usamos y vuelve al bolsillo.

Pero ya no se trata de aquel papel terso y rozagante que era de inicio. Sino de una materia arrugada y ligeramente manchada. Se acumula en el bolsillo. Y de nuevo, ante un estornudo, vuelves a recurrir a él. Comienza entonces la transformación. Deja de ser un papel más o menos arrugado para hacerse trizas lentamente. Primero de una forma longitudinal, luego incluso trasversal. Finalmente, es como si uno se hubiera metido en el bolsillo uno de esos festones de papel que se cuelgan en verano por las fiestas.

Pero incluso así, un secreto instinto te impele a no tirarlo. A recurrir de nuevo a él durante la siguiente emergencia.

De esta forma, si habías renunciado al pañuelo de tela por mala imagen. Finalmente, ofreces una visión incluso más pordiosera, haciendo equilibrios con aquel espagueti de papel para utilizarlo en cada uno de los rincones en que todavía se sostiene. Sacando del bolsillo un amasijo de pañuelos desfibrados, como una bola rugosa que se va deshaciendo a trozos.

Hasta que, ya en el límite de lo imposible, acabas por tirarlo. Y coges otro que seguirá exactamente el mismo camino.

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