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Palma a Palma

Los ojos de Pepe

Los ojos de Pepe

Muchas veces, cuando paseo por la calle del Sindicat, me acuerdo de Pepe. Esta conocida avenida, que fue una de las calles principales de la Palma medieval, es hoy una especie de discoteca al aire libre. No hay tienda que no tenga las puertas abiertas y la música a todo volumen. Pasear por allí es como visitar una feria. Un zoco postmoderno.

Es una imagen de esta Palma contemporánea, ruidosa, multicolor y multiturística.

Tal vez por ello, siempre me acuerdo de Pepe. Lo conocí en los años setenta. Era un hombre ya mayor, muy bajito. Completamente calvo y con unos ojos azulísimos. Vivía en Génova, y trasportaba portes a bordo de su Isocarro. Estaba muy orgulloso de haber servido a la familia de Ramón Franco en Calamajor.

Solía cruzarme con Pepe justamente en lo que entonces se denominaba vía Sindicato. Una arteria comercial, lindante con el barrio chino. Bien distinta a la de ahora.

Pepe caminaba con aire jovial. Le debía gustar mucho visitar la ciudad. Canturreaba y miraba a un lado y otro. Saludaba a mucha gente. Y si podía, te contaba sus aventuras de cuando hizo la mili en África. Era el prototipo de una población palmesana que gustaba de la vida lenta. De la xerradeta fácil, el paseo un poco contemplativo. Clientes de bares y tiendas de siempre. Donde las cosas habían cambiado poco.

La degustación de aquella Palma tenía algo de ensaïmada. Aromática, densa, llenadora de sentidos. Demandante de tiempo, de paciencia, de ensimismamiento. En la mirada garza de Pepe podía leer el recuerdo de todos sus conocidos. Los que todavía vivían y los que no. De las tardes en algún cafetín. Sus compras en tiendas un poco umbrías con olor a legumbre. Mientras se escuchaban a lo lejos los repiques de algún campanario.

Muchas veces me pregunto qué habría pensado Pepe de esta Palma de hoy. Y termino por extraer la conclusión de que muy pronto habría que montar un Museu de la Palma Antiga. Sin ir tampoco muy lejos. Desde Verdaguer a los años 80.

Porque muy pocos habitantes de la ciudad de hoy ya pueden entender muchas cosas de aquel mundo. Tan distinto, ya tan lejano. Como el brillo de los ojos de Pepe cuando paseaba por el carrer del Sindicat.

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