Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Bartomeu Ferrà y el legado de nuestros mayores

Los toros de Costitx están en el Arqueológico de Madrid. M. V.

La intelectualidad de las sociedades modernas aspira a defender y ensalzar el desarrollo sostenible. Esa intención está imbricada con la idea de preservar los valores naturales y culturales que nos han sido legados por nuestros antepasados. La tradición es ese cordón umbilical que nos conecta con la historia, con la interrelación entre el territorio y las personas que han vivido durante siglos. Esa transmisión prolongada en el tiempo ha ocasionado una innumerable cantidad de experiencias acumuladas de generación en generación, las cuales han ido, lentamente, configurando y moldeando la cultura, la sociedad y el paisaje de un territorio determinado: el carácter, el lenguaje, la visión de la cosas? y por supuesto, en el caso de las sociedades mediterráneas, la arquitectura y el urbanismo. Querer romper ese hilo conductor conlleva dirigirse inexorablemente al error, al horror? y sin duda alguna, al mal gusto. Conduce, en definitiva, al desarrollo insostenible.

La sociedad contemporánea, una parte importante de ella, hace tiempo que rompió con esa correa de transmisión que les unía con la tradición legada por sus antiguos. No sólo se interrumpió la conexión con el pasado sin más, sino que muchos se enorgullecieron de ello: ahí tenemos el ejemplo de la contracultura de los sesenta del pasado siglo en el que se reflejaba un mundo nuevo, pero feísimo, gris; un mundo de cuyas entrañas surgieron después lamentos quejumbrosos y estentóreos como el de Raimon: "Qui perd els origens per la identitat". Pero si hay un ámbito en que los estragos de abandonar la tradición se hacen más que evidentes es en el campo de la arquitectura. ¿No es acaso uno de los actos más masoquistas comparar antiguas fotografías de panorámicas mallorquinas del ayer con el hoy? No hace falta recurrir a los casos más extremos: el Terreno, Cala Major, el puerto de Andratx... la desgracia del hormigón, el acero y el mal gusto han sepultado una parte importante de aquellas construcciones y localidades que en otro tiempo habían obnubilado a nativos y viajeros que recalaban en la isla.

Hace poco más de un mes la ciudad de Venecia rendía homenaje a John Ruskin, el autor de la célebre obra Las piedras de Venecia e inspirador de los prerrafaelitas. El polifacético inglés, veneciano de adopción, al ver el Palacio Ducal había entendido mejor que nunca la importancia de la tradición. Como afirma Ignacio Peyró: "Ruskin iba a ser siempre veneciano; nunca creyó que el centro del mundo y su esplendor fuera otro que el palacio de los Dogos, y afirmó que un solo pasaje del Gran Canal valía lo que Roma y Nápoles juntas". Para Ruskin era tanta la importancia de la tradición arquitectónica, siendo el gótico el arte en que el hombre había conseguido lo sublime, que llegó a afirmar que ya no era necesario inventar más estilos arquitectónicos, pues los ya existentes bastaban„incluso algunos, como el Renacimiento y el Barroco, sobraban„para las necesidades de la sociedad moderna.

Seguidor contemporáneo de Ruskin fue sin duda Bartomeu Ferrà Perelló, gran defensor del gótico y de la arquitectura tradicional de la isla, eslabón en la transmisión de conocimientos constructivos de los maestros de obra mallorquines, los mismos que dejaron el pabellón del oficio bien alto, tal como se puede comprobar contemplando su legado, todavía hoy visible por toda Mallorca.

Bartomeu Ferrà fue una de las primeras personas que reivindicó la tradición arquitectónica, urbana y paisajística de la isla. Nacido en 1843, destacó en su profesión de Maestro de Arquitectura, título que consiguió en Valencia. Ferrá también destacó en otros campos, como por ejemplo la arqueología. Se inició en esta ciencia al entrar en contacto, a través del banquero de origen francés Ernest Canut, con Emile Cartailhac durante su visita a Baleares, para estudiar los vestigios prehistóricos, estudios que posteriormente se publicarían en forma de libro: " Les monuments primitifs de Iles Baleares". Esta obra es considerada, en palabras del historiador Guillem Rosselló Bordoy, como "la primera obra científica sobre el pasado de nuestras islas que se publicó". Fue en las páginas del Boletín de la ínclita Sociedad Arqueológica Luliana (BSAL) donde Ferrà difundió sus primeras investigaciones. El hallazgo de restos arqueológicos, así como la patente falta de sensibilidad por parte de sus paisanos por cuidar el legado artístico, histórico y arquitectónico de la isla, hizo que Ferrà reclamase la creación de un museo arqueológico. Era muy importante la cuestión de la dotación económica: " Se comprén que no venguen certs donatius y depósits, mentres el nostro Muséu no puga obrirse cada diumenge, á lo manco, al públich en general y diariamente á n'els artistes y á n'els estudiosos; lo cual no podrá esser mentres no se instali en casa propia, y se tengan empleats retribuits per atendre á sa netedat, ordonadament, conversació y custodia".

En 1895, tuvo lugar el famoso hallazgo de los Toros de Costitx. Desde el primer momento Ferrà se desgastó para salvar tan importantes objetos arqueológicos. Enseguida, el arquitecto y arqueólogo mallorquín informó por escrito a la Comisión de Monumentos el excepcional hallazgo de Costitx; al mismo tiempo que advertía: "hemos de procurar moldearlas [las cabezas de Toro] antes de que desaparezcan, si es que esta Comisión no acuerda, como lo creo regular y procedente, acudir a la Excelentísima Diputación solicitando que las adquiera para conservarlas en el Museo público de Antigüedades de esa provincia". Todo fue inútil. Las autoridades hicieron caso omiso de las advertencias de Ferrà y de la Comisión. Como dejó escrito la historiadora del arte, Catalina Cantarellas: "Mallorca entera se desentendió del problema". Como se sabe, los Toros de Costitx de milagro no acabaron en el Museo del Louvre. Fue Ferrà que consiguió movilizar a personalidades de Madrid para que reuniesen las tres mil pesetas que costaron las famosas cabezas. Gracias a ese gran empeño, hoy los Toros de Costitx siguen en España y se pueden contemplar en el Museo Arqueológico Nacional.

Como arquitecto en contacto con la tradición, Ferrà era un firme partidario de restaurar edificios antiguos y, al igual que había sucedido durante siglos con los maestros de obras de la isla, no tenía ningún reparo en reconstruir partes derruidas de algún edificio antiguo, cosa que hoy provoca sarpullidos entre no pocos restauradores y arquitectos timoratos. Eso sí, se había que hacer las cosas bien. Por ello fue uno de los críticos más firmes contra la actuación de Peyronet en la fachada principal de la Catedral, a la que Ferrà vio siempre como totalmente inapropiada y alejada de la tradición del gótico de Mallorca. Por otro lado, y a pesar de la buena predisposición para reconstruir, o construir edificaciones tradicionales de nueva planta, Ferrà se quejó de que muchas veces no se respetaron sus proyectos, pues eran modificados y, además, en la mayoría de los casos, por gente no preparada. En las páginas del BSAL dejó escrito: "Para el que agota su ingenio en la composición de un proyecto y logra verlo aprobado por los inteligentes, ¿puede haber cosa más triste que verlo mutilado, antes de ser concluido, por los mismos que deberían ser los primeros en respetarlo? Y esto sucede, y contra esto nos vemos obligados a reclamar una y otra vez esperando que no será siempre estérilmente".

Es evidente que Ferrà se percataba de que la larga y prestigiosa tradición constructiva de la isla se estaba desvaneciendo mientras que, en muchas ocasiones, su lugar era paulatinamente ocupado por el mal gusto y el trabajo mal hecho. Así lo denunciaba en su libro Arquitectura legal y se quejaba del mal acabado de las obras: "¿Perqué m'han de posar finestres y portals fingits a ses fatxades?, ¿perqué han de donar tant poc regrás, o tal vegada gens a ses pedres de ses llindes?, ¿perqué estelvien rost a ses cubertes?, ¿perqué a ses cantonades dels capsés no han de encaxalar abastament per una part y altre? ¿Perqué?? Perque no'n saben."

Ferrà fue de los primeros en denunciar esta calamidad, pero no el último. Otros continuaron, y continúan, alertando sobre esta situación. Pienso en referentes importantes como el arquitecto Guillem Forteza, el pintor Joan Miró o el escritor José Carlos Llop? o también asociaciones como ARCA. Todos ellos mantienen, y en muchos casos enriquecen, el legado que recibimos de nuestros mayores.

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