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Palma a Palma

Viaje antiguo

Viaje antiguo

El turismo ha evolucionado de tal manera que resulta impensable que los viajes puedan ser de otra manera. Estamos acostumbrados a sacar los billetes automáticamente por internet, imprimirlos en nuestra propia casa. Podemos ver las habitaciones de los hoteles en sus webs. Escribir comentarios y valoraciones. Localizar las rutas y los establecimientos con el móvil. Contratar excursiones. Es posible desplazarse rápidamente de uno a otro confín del mundo como si nada. Viajar a Islandia, el Machu Picchu o la isla de Pascua como quien se va al carrer dels Oms.

Ante esta perspectiva, dictada por los avances tecnológicos y por la impaciente sociedad de consumo, te ves abocado a repetir las pautas imperantes. A encontrarte a tanta gente en el Machu Picchu que incluso coincides con un vecino de Palma haciendo también cola. "Uep, com anem Tomeu?". ¿Y para eso te has ido al otro extremo del mundo?

La verdadera alternativa al turismo actual, al turismo de masas, no es irte lo más lejos posible. Pues eso está al alcance de casi todo el mundo. La nueva opción en hacer un viaje antiguo.

El viaje antiguo comienza por la propia fecha de la partida. Nada de billetes sacados con antelación, ni ofertas, ni "low cost". El viaje antiguo comienza mirando el tiempo. Te levantas por la mañana. Observas el cielo. Te fijas en esa banderola del edificio de enfrente. "Fa ventet. Avui no". Y otra vez a dormir.

Hasta el día anticiclónico que te permita, por supuesto coger el barco. Navegas. Llegas a la Península. Y buscas el medio más lento para desplazarte. Tren o bus. Vas, por ejemplo, al sur de Francia. Y una vez llegado, empiezas a recorrer los hoteles y las pensiones. Nada de fotos de web.

Mirando con tus ojillos. Y sintiendo cómo huele el comedor. Cuando encuentres uno que te gusta, te quedas allí sin fecha de salida. Hasta que el cuerpo te lo pida.

Te orientas con mapas de papel. Preguntas a los naturales del lugar. En lugar de enfebrecidas excursiones de autocar, te sientas en la recepción del hotel a ver pasar las horas. En plan Thomas Mann.

Y lo mismo para la vuelta. Sin ver nada. Sin ruta alguna. Sin museos ni monumentos. Sólo aspirando el sentido del tiempo. Y la libertad de decidir.

Eso es un auténtico viaje y no lo otro.

Un viaje antiguo.

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