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Primavera, sol y sombra

Primavera, sol y sombra

Días de primavera. El invierno y el verano juegan al escondite en la ciudad. Con días soleados, de gafas de sol y pantalón corto, y otros invernales. Gélidos, rigurosos, de viento y hojas secas. Es una combinación única, que nos desorienta a la hora de escoger el vestuario. Pero que al mismo tiempo nos ofrece sensaciones difíciles de experimentar en otras épocas.

En cuanto tengo ocasión, me gusta acercarme a la ribera marítima de la ciudad. Aunque, ciertamente, cada día está más difícil encontrar un rincón donde apreciar el agua y el cielo. Sin yates ni instalaciones por en medio.

Te sientas al sol. Cierras los ojos. Y experimentas eso que llaman la variación de los sentidos.

Los antiguos dividían el mundo en diferentes elementos: el agua, el aire, la tierra y el fuego. Cada uno de ellos en su reino.

La primavera nos ofrece la posibilidad de pasar de uno a otro en poco tiempo. Si nos ponemos al sol, sentimos el calor y la irradiación. Pero, de repente, se despierta un viento frío que parece surgir de la sombra y te acaricia con un aterciopelamiento fresco. Casi como si fuese sólido.

Es como cuando mezclas una bebida caliente y otra fría. A veces se juntan y forman un continuo tibio. Pero si no llegan a combinarse, sientes por un lado lo frío y por otro lo cálido. Como esos caramelos de café con leche con una fruta dentro.

Frente a temporadas en que solo pasas calor, o a esas otras en que te estremeces de frío, ahora podemos gozar de las dos sensaciones.

No son experimentaciones racionales, ni se necesita ninguna aplicación ni pantalla. Basta con abandonarse al sol y esperar. Porque toda la piel es una pantalla, y tu imaginación es el programa.

Primavera, sol y sombra. Un rincón en la ciudad. Qué poca gente lo hace. Seguramente porque es gratis. Y no mola.

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