Entre el millar de plegadores y rollos de tela de todos los colores y tejidos imaginables, hay retazos de la historia comercial de Ciutat que siguen vigentes.

La Filadora cumple cien años y continúa en activo con los mismos productos y filosofía que antaño, "tratar a la clientela con profesionalidad y cariño y mantener la esencia de lo que siempre ha sido el negocio, algo muy valorado por los clientes de toda la vida", afirma la dueña, Victoria Sánchez. No pertenece a la familia que regentó el conocido establecimiento durante varias generaciones ni el local actual se encuentra donde siempre estuvo, en la calle Sant Miquel, sino en Foners 21, pero la 'Casa fundada en 1918' -reza el letrero- aún tiene mucha tela que cortar.

En una época donde el goteo de cierres de comercios históricos es una riada, sorprende encontrar un lugar del que brota la tradición sin renunciar a una oferta para nuevas generaciones, entre ellos numerosos diseñadores de moda y otros profesionales de la costura. Acuden a La Filadora en busca de calidad. "No podemos competir en precios, ya que hay grandes empresas que traen los productos de China, por lo que tratamos de marcar la diferencia ofreciendo proveedores nacionales, un trato personalizado y la labor artesanal de oficios que están a punto de desaparecer", enumera Victoria. Y destaca entre ellos el trabajo de una bordadora nonagenaria que "crea maravillas".

La responsable de la tienda no quiere ponerse melancólica con lo que se perderá en breve, sino mirar al futuro, porque "hay gente joven que ha aprendido a coser por su madre o abuela y les gusta hacer su propia ropa y arreglos, sin olvidar a los profesionales". Para quienes no saben coser un zurcido o incluso buscan un traje o vestido de fiesta, de comunión o de boda a medida y exclusivo, el negocio ha recuperado el taller de confección, que tan conocido fue antiguamente. Además, tienen servicio de tapicería, por lo que se puede modificar hasta la tela de un sofá. "La Filadora está muy viva. Es un comercio que, aunque ha cambiado de lugar, continúa abierto con la clientela de antes y la nueva", recuerda a quienes creían que había cerrado.

Cambio de ubicación

La empresa de la familia Busquets (la histórica del establecimiento de Sant Miquel) entró en 2012 en concurso de acreedores, después de haberse mudado a la cercana calle Vilanova debido a los precios excesivos que se comenzaron a pagar por los alquileres en la vía comercial. Cogió el relevo Miguel Ángel Martínez, que estuvo en el nuevo local unos tres años, pero tuvo que dejarlo por motivos de salud y surgió la oportunidad para la actual propietaria, que tenía un negocio de decoración y tapicería llamado Valverdecó -"en honor al apellido de mi madre", cuenta- en la calle Foners.

De niña, Victoria acompañaba a su madre, que era modista, a comprar a La Filadora y trabajó allí en la etapa de Vilanova, por lo que casi parecía predestinada a darle continuidad. "En mi familia había además sastres y tapiceros, y aquí tengo una combinación de todo". Dio la casualidad de que el local colindante al suyo en Foners se quedaba vacío tras el cierre de Casa Vidal, un comercio histórico de la zona, y el espacio era idóneo para albergar los miles de tejidos del establecimiento centenario. "Necesitaba un sitio grande, al que se pudiera llegar en coche para cargar el material y cerca del centro, aunque sin tener que dejar todas tus ganancias para pagar el alquiler; y quería que tuviese un encanto o historia", enumera. El dueño de Casa Vidal le contó que, "antiguamente, Foners era una de las calles más importantes de la ciudad, por donde se circulaba en carro y en la que había muchos oficios", entre ellos carpinteros, herreros y cristaleros.

La Filadora pasará su segunda Semana Santa en el Eixample. "Al principio, los clientes nos decían 'os habéis ido muy lejos', cuando estamos a diez minutos andando del centro. Los precios de esa zona nos han obligado a trasladarnos, pero la ciudad es mucho más que Sant Miquel, Sindicat y Jaume III, y en los barrios hay mucha vida comercial", dice. Aunque algunos han dejado de acudir, la mayoría han seguido fieles a un comercio emblemático que Cort acaba de incorporar al catálogo municipal de establecimientos históricos y que conserva la esencia de antaño y las largas mesas de madera que presidían el local originario.

Victoria se lanzó a la aventura con la ayuda de dos empleados, Pere Soler y Miquel Joan, quien ya está prejubilado tras casi medio siglo entre telas y forros. Recuerda con nostalgia la época dorada, en la que una veintena de personas formaba la plantilla, debido a que "había mozo, sastrería, ayudante de dependiente, dependiente..., y cada uno atendía a sus propias clientas", como señala Miquel. Eran sobre todo "señoras que, tras salir de misa, acudían a la tienda y se pasaban mucho rato viendo las novedades y las telas que les sugeríamos. Les sacábamos un montón y, tras extenderlas en la mesa, se llevaban muestras para enseñárselas a sus modistas. Al cabo de unos días regresaban con la decisión", relata rememorando unos tiempos que no volverán, aunque a La Filadora le quede mucho futuro por hilar.