VAGÓN 1: PRIMERA INFANCIA. Debuté en la Feria del Ram de la mano de mis abuelos: me subieron a un caballito del tío vivo a cuyo mástil me agarré como una náufraga. A cada vuelta, les buscaba con la mirada, temiendo que se hubieran marchado dejándome sola, girando hasta que se hiciera de noche. Un año me montaron en El Látigo, colocándome entre ellos. Yo apenas asomé la nariz, pero recuerdo una emoción muy intensa en el estómago y la risa entrecortada de mi abuela. Quizás fuera esa misma tarde la de mi encontronazo con el trauma emocional en El Tren de la Bruja.

VAGÓN 2: SEGUNDA INFANCIA. En los años setenta, montaban El Ram en la explanada del actual Parc de la Mar, a los pies de la Catedral. Mi madre me autorizaba a invitar a unas cuantas amiguitas del cole y, bajo su estricta vigilancia, montábamos en la noria y en la rana, nos enredábamos el algodón de azúcar en el pelo y coreábamos las canciones de Grease que atronaban el recinto.

VAGÓN 3: ADOLESCENCIA. Llegó el Ram del pasearse en pandilla, de subirse con los chicos a la barca? y de preguntarse cuándo tendríamos un novio con el que montar en El Gusano Loco. Observábamos a las parejas acomodándose en los pequeños coches y sonreír nerviosas mientras el gusano comenzaba a girar, cada vez más deprisa, hasta que un mugriento toldo de color naranja ocultaba los tan temidos y ansiados "morreos".

VAGÓN 4: ADULTEZ. ¿Qué ha pasado? ¿Qué hago yo con un niño pequeño de la mano tratando de que no repare en El Tren de la Bruja? ¿Por qué está la feria junto al Polígono? ¿Adónde ha ido mi juventud? ¿Es posible que el Gusano Loco fuera en realidad un agujero de gusano que me ha traído desde los quince a los cincuenta años en un parpadeo?