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Palma a Palma

Olor a castañas

Olor a castañas

En mis recuerdos infantiles, el olor de las castañas está asociado al otoño y al frío. Recuerdo las sumarias barracas donde unas mujeres, generalmente gallegas, tostaban pacientemente las castañas. Me parecía fascinante aquel infiernillo oculto, aquellas brasas relucientes, que iban abrasando poco a poco los montones de castañas. Que la castañera, con unas manos negras y nudosas, movía de sitio sin quemarse.

Era la época de volver a sacar la bufanda y los jerseys gruesos. Y las castañeras le daban un toque diferente al cambio de estación. Siempre relacionado con el Día de Difuntos y las primicias de un invierno que estaba a las puertas. Calles grises, llenas de hojas secas. Viento y soledad.

Actualmente, las castañeras y castañeros aparecen cuando todavía te puedes bañar en la playa. Cuando mucha gente sigue vestida de verano. Todo está lleno de turistas. Ya son pocos los puestos que mantienen la tradición, en medio de un definitivo veroño que ha dictado la desaparición de aquellas destemplanzas de otrora. En nuestros días, con el cambio climático, llega de repente el invierno. Y el otoño queda reducido a un episodio breve de cielos pictóricos y atardeceres rosas. A un guardarropa que apenas se utiliza.

Pero las castañeras han jugado un papel muy importante. Aunque en realidad nadie se lo haya reconocido. En la geografía hostil de la calle, enfrentadas al viento y hoy en día al calor malsano, ellas llenan la ciudad de un aroma inconfundible.

El olor a castaña es lo más cercano al calor hogareño que puedes encontrar fuera de casa. Lo llena todo de una calidez íntima, delicada, perfumada y plena de sentido. Te gusten o no las castañas y boniatos, nadie se resiste a aspirar ese aroma tan perfumado. Esa sinestesia profunda que te lleva a los recuerdos más distantes.

Las castañas hacen más humana y cálida a la ciudad. Haga frío o calor.

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