Carlos hizo de tiburón. Blanco para más señas, porque la aleta de madera recubierta de vinilo que fabricó no era la de una tintorera. Medía más de medio metro y se veía fácilmente desde la playa e incluso el paseo, lo que provocó la alarma de numerosas personas. Sujetó la aleta con una caña de bambú y buceó dando vueltas en círculo mientras el arenal situado junto a Can Pastilla se llenaba de gente. Como Consuelo Romero, vecina del barrio costero, que no estaba asustada -"este verano ya hubo otro tiburón"-, aunque sí "sorprendida por lo grande que parece". Cuando los participantes en el simulacro de emergencias dieron el cambiazo por el escualo de plástico recién rescatado, los curiosos respiraron tranquilos. Hubo tres simulacros, pero está claro que el rey del mar crea gran atracción, ya que el choque de un kayak con un velomar y la parada cardiorrespiratoria no causaron tanta expectación.

Los profesionales participantes dieron todos los pasos obligados en estos casos, aunque sin tantos nervios como cuando en verano avistaron un escualo real. Izaron la bandera roja, sacaron del agua a los pocos bañistas que había, acudieron al lugar con una moto acuática y rodearon despacio al animal. Al principio creían que simplemente estaba despistado, pero enseguida se dieron cuenta de que se le había enganchado una red de pesca. Llamaron al 112 y a Palma Aquarium, y se unió al dispositivo una lancha de rescate. Los socorristas explicaron a los curiosos que no había peligro, ya que "la situación está controlada". El falso tiburón se movía mucho, aunque los especialistas lograron acercarlo a la orilla, le quitaron la red -"¡cuidado con la boca!", gritó uno- y lo devolvieron al mar. Los aplausos no se hicieron esperar, y eso que era de plástico.