Palma se está acostumbrando a perder la fisonomía por la que una o dos generaciones la reconocía. A base de ver cómo locales que hacen genuinas a las ciudades se convierten en escaparates homogéneos sin mayor relevancia, los de a pie ya no se rasgan las vestiduras. Solo murmullan: ¡Otro más!

En esta ocasión le toca el turno a la Relojería Simoncelli, abierta desde hace más de cuarenta años en la calle Sant Miquel. Domingo Simoncelli es el relojero que daba cuerda al tic tac de una clientela que ahora se pregunta "¿adónde vamos ir ahora?"

No se ha ido por voluntad. A sus 73 años, la enfermedad le ha marcado el destino. Su familia ha decidido que es hora de cerrar.

Uno de sus hijos, Carlos desgrana algunos recuerdos de un apellido lleno de tiempo. "Mi bisabuelo, Domingo Simoncelli Giberti nació en Ravenna. Tocaba el cello. Se trasladó a Cataluña pero al no encontrar trabajo como músico, aprendió el oficio de relojero. Alguien cerró una relojería en Manresa y él la cogió. Establecieron que el pago se haría a través de un guardia civil, pero al cabo de un tiempo, el que le vendió el negocio le dijo que no le había llegado el dinero. El guardia civil tenía 8 hijos; sospecharon que se quedó el dinero. Mi bisabuelo le pagó, y decidió venir a Mallorca", cuenta Carlos. No está seguro el motivo del cambio, pero sospecha que "quizá vino a tocar a la Filarmónica de les Illes Balears; ¡o a buscarse la vida!".

El crono siguió marcando la historia de los Simoncelli puesto que los dos hijos de Domingo, Manuel y Carlos lo continuaron. El primero trabajó en la relojería Española, y Carlos, en el taller que montó en la calle Sant Miquel, en los bajos de la finca que acabaría comprando la familia.

"Mi padre siempre me dijo que fue su tío Carlos quien le enseñó el oficio. Mi padre era un niño de 6-7 años y al acabar las clases, se iba a ayudar a su tío; después jugaba en la calle con otros niños del barrio. Mi padre, a los 16 años ya trabajaba", explica su hijo.

Su padre abrió la relojería en la calle Sant Miquel cuarenta años atrás, donde antes hubo una tintorería. Si algo resalta de aquel negocio, cuya entrada era alargada como un prisma, es el reloj que siempre marcó la misma hora: las 3 menos veinte. Si en la película de Alain Tanner, La ciudad blanca, el reloj de un bar tenía las manecillas que iban al revés, en Simoncelli siempre, siempre, fue la misma hora.

"Mi padre nos contó que fue el instalador de la caja de electricidad de la calle, que trasteó y dejó el reloj detenido. Cuando le dijimos, no hace mucho, de arreglarlo, nos contestó: "Ya para qué".

Ni Carlos ni su hermano seguirán este negocio. Les da pena que se pierdan tornos y otras maquinarias que su padre utilizó porque además de hacer piezas arreglaba los engranajes de la maquinaría de los relojes de muñeca, de pared y de mesa. "Ojalá algún museo los quisiera. Nos da pena que se pierdan".

Domingo Simoncelli Alonso siempre dijo que eran parientes del piloto de motos de alta velocidad Marco Simoncelli, fallecido en 2011. "No lo hemos averiguado, pero mi hermano se parece mucho. ¿Quién sabe?", dice Carlos.