Magdalena Moragues es testigo en primera línea de los últimos cincuenta años del Jonquet, un barrio que está a las puertas de que se apruebe el Plan Especial de Protección (PEP) y que, a juicio de muchos de sus vecinos, "llega con el trabajo hecho".

Quien lo dice, con asentimiento de la histórica residente en esta zona, es Joan Sorell, residente en el Jonquet desde 2006. Dos generaciones diferentes unidas por la lucha en es Jonquet, un barrio al que Gabriel Alomar alejó del mar que les bañaba a los pies del talud, al aprobarse el Plan General de 1943 que dio luz verde a la construcción del paseo Marítimo, y que siempre ha vivido bajo la amenaza de ser eliminado.

Su historia más reciente compagina, un suma y sigue de lucha vecinal para rescatar al barrio de algunos de sus males, abandono, pobreza, degradación, al otro extremo: "ser vendido hoy como "Luxary Lifestile", apunta Toni Sorell. "Las inmobiliarias incluso aprovechan la declaración de BIC como Conjunto Histórico de 2008, conseguida tras las movilizaciones vecinales con apoyo de otras entidades. Todos formamos la plataforma Salvem es Jonquet", recuerda.

Nueve años después, este BIC sigue siendo víctima de uno de los males que acusa Palma: el ruido y la suciedad. "Está lleno de basura; de hierbajos. Nos han dicho que los van a quitar, pero nada. Hace tres domingos que no vacían las papeleras", se queja Moragues, que fue presidenta de la asociación vecinal diez años. Su vecino lo expresa elocuentemente: "Nos hemos cansado de pedir lo normal para cualquier barrio: limpieza. Es vergonzoso".

Con todo, ambos señalan el ruido "como el peor problema que tiene el Jonquet". "Entre el tardeo y el nocheo", ironiza Sorell, "estamos agobiados". Magdalena apunta que "el trabajo que debería hacer la Policía Local lo están haciendo los guardas jurados contratados por el empresario de la discoteca. El sábado pasado vi en la plaza hasta diez".

Cuando ella llegó al barrio, en los setenta, "todo era distinto, lógicamente; antes nos conocíamos, nos saludábamos por la calle, charlábamos a la fresca. Hoy nada de eso existe. Ahora no lo reconozco, ni por lo bueno, ni por lo malo". Magdalena sigue viviendo en la misma casa, de 30 metros cuadrados, en la plaza. En ella se las arregló con su familia, de ocho miembros. Ahora vive con dos de sus cinco hijos. "El baño y la cocina estaban pegados; los niños dormían en literas y en la misma cama, dormían dos. Eran otros tiempos". Paga un irrisorio alquiler.

Ha sido una firme luchadora del movimiento vecinal. Durante diez años presidió la asociación. "El barrio era muy pobre. Las calles eran de tierra, estaban sin asfaltar y no muchas tenían nombre", recuerda. "Uno de los peores momentos lo vivimos con la droga. El barrio se convirtió en un lugar de trapicheo. Era el Bronx de Palma; ni los taxistas querían entrar". Ese mundo sórdido se instaló en la calle 13, "que aquí bautizamos como la calle dels morts", apunta Magdalena.

Sorell se instaló en el Jonquet sin saber nada de él. "Fue un flechazo". El diseñador gráfico se ha implicado en el trabajo colectivo. "Es un barrio pequeño pero puedes hacer muchas cosas. Estoy muy orgulloso de haber pertenecido al movimiento ciudadano. me siento de la república independiente del Jonquet", sonríe.

Sorell ya se encontró un barrio mejorado "gracias al Plan especial de 1984, en el que se esponjó, se puso agua corriente y se hicieron las viviendas de protección oficial a cargo del Patronato. Fue un trabajo magnífico", enumera y elogia Magdalena.

Con todo, el Jonquet se vio sacudido por el tráfico de droga de los 80 que le dejó la huella de marginación. Hoy conviven con el botellón. "Está prohibido, pero el plafón que han colocado no lo entiende nadie. Soy diseñador gráfico, y de estas cosas sé", sonríe Sorell. Acusan la falta de presencia policial. "La concejala Pastor ya me dijo que no tenían gente", cuenta Moragues. "El trabajo lo hacen los guardias jurados".

Los tentáculos de Cursach se quisieron extender al barrio, donde intentó montar un casino en el Jack el Negro. "Lo paró el movimiento vecinal", indica Magdalena. Cursach vendió a Acciona y ésta bajo el amparo de alcaldes como Joan Fageda obtuvo aprobación para los macroproyectos que solo con la protesta vecinal se pararon. "Aquí se ha hecho urbanismo a la carta. El proyecto en el Mar i Terra fue el detonante de nuestra lucha", recuerda Sorell.

La actual presión inmobiliaria que busca el tipismo, con casas por las que se pagan más de un millón de euros, con nuevos vecinos extranjeros "que apenas se integran" y, sobre todo, con ruido y suciedad, lo convierten en un barrio que no afloja.